«Cuanto más grande es un hombre, más hondo es su amor», dice admirablemente Leonardo Da Vinci. Y Lacordaire, afirma: «No existen dos amores. El celestial se diferencia del terreno en que no tiene fin». El amor es algo tan extremo, tan grande, tan esencial; abarca tan absolutamente a la persona, que su calidad puede servir de patrón para medir la grandeza y profundidad natural del hombre.
El amor es la más íntima y digna de las felicidades terrenas; lo que en este mundo puede colmar nuestras almas; la más noble de las fuerzas naturales, impulsora del universo como ninguna otra. En él consiste —y tomado en su dimensión máxima— el matrimonio cristiano. Quien considera conscientemente las cosas a la luz de la divinidad, y sabe que únicamente tiene verdadero significado en cuanto son en Cristo y por Cristo; el que hace de la santificación propia y ajena su verdadera misión, ve el amor conyugal con distinta hondura, con una seriedad nueva, con otra pureza, con otra abnegación.
En primer lugar, el amor conyugal reposa aquí sobre la base del cristiano amor al prójimo. No es que constituya algo totalmente nuevo respecto a éste, ni tampoco que no vaya a conservar cada cual sus características; sino que se sabe que el amado es, por encima de todo, creatura de Dios; más todavía: imagen de Dios, un alma redimida por la sangre de Cristo a la que Cristo ama con amor eterno.
Todo el hechizo de la individualidad del amado, ese mundo especial de su ser que se revela a los esposos y los hace felices, resulta incomparablemente ennoblecido cuando expresa el eterno valor de un alma hecha templo del Espíritu Santo. Mientras no se le contemple como imagen de Dios, y no se le reconozca como ser inmortal destinado a la eterna unión con Él, y no se le conciba ante todo como un vaso de la gracia divina, no podremos hacernos cargo de su verdadera dignidad, de la suprema grandeza inherente a su esencia y destino, de la hondura y belleza que puede desplegar. ¡Qué profundo y sublime es el amor cuando ve en el amado a un miembro del Cuerpo Místico! ¡Qué limpio respeto vibra en el amor conyugal cuando se capta el ritmo solemne que en él resuena, y del que carece hasta el más ardiente y noble de los amores naturales!
Dietrich von Hilderbrand
El matrimonio, Transformación de la captación
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