Muchos pasajes de la Sagrada Escritura honran al matrimonio haciéndole imagen de las relaciones entre Dios y el hombre: a la manera que la parábola de suyo imperfecta, lo es de lo perfecto; como el Antiguo Testamento es esbozo del Nuevo. Cristo es llamado el «Esposo del alma». Todo el Cantar de los Cantares concibe como unas nupcias la relación del alma con Dios.
¿Por qué esta analogía?
Por ser el matrimonio la más estrecha de todas las uniones humanas. Por ser la relación en la que nos entregamos hasta lo último; en la que otra persona constituye, como jamás nadie, el objeto total de nuestro amor, y en la que el amor forma más especialmente su contenido esencial.
También en la relación del alma con Jesús constituye el amor su núcleo más íntimo. Ciertamente, debemos al Rey de la Gloria Eterna y resplandor de la Eterna Luz, adoración y obediencia. Es nuestro Señor. Servirle sobre todas las cosas, sin límite, es nuestra tarea acá en la tierra. Por tres veces resuena urgente la pregunta de Jesús: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21, 16). Y el primer mandamiento, del que dependen por entero la Ley y los profetas, ordena: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza» (Dt 6, 4-5; Mc 12, 30).
Por eso precisamente, porque el amor integra su esencia más auténtica y profunda, es elegida por la Sagrada Escritura la imagen del matrimonio.
En las restantes uniones terrenas el amor no es tan exclusivamente la sustancia de la relación. En la amistad juega un papel esencial la comunidad de ideales, de intereses o destinos. En las relaciones de padre con hijos, el cuidado de estos seres que les fueron confiados y la obligación de educarlos. En las de los hijos para con sus padres, el recibir asistencia y dirección, la obediencia y el agradecimiento.
Cierto que el amor transfigura todas estas relaciones y que sólo por el amor prevalecen; cierto también que sólo pueden desplegar su sentido sobre el plano del amor. Pero el amor mutuo no constituye en ellas tan íntegramente como en el matrimonio su objeto y su tema. Subjetivamente, no consisten de manera tan esencial en el amor; el amor no expresa de forma tan exclusiva la causa de la orientación recíproca de los amantes; objetivamente, no están fundadas en igual grado sobre el amor ni existen por cause del amor en igual medida.
En cambio, en el matrimonio, el amor mutuo es su contenido propio tanto subjetiva como objetivamente, ya que esta unión —vinculada misteriosamente con la generación de nuevos seres por la conjunción maravillosa de dos personas— existe en el amor y por causa del amor. Bien es verdad que el sacramento la eleva a comunión sublime de sentimiento y vida en Cristo y por Cristo; pero ello presupone un especial amor hacia otro, porque es justamente con ese amor recíproco con el que glorificamos a Dios.
El amor es el primer motivo por el que se creó el matrimonio, como la procreación de nuevos seres es su fin primario al que está supeditada su función social.
Dietrich von Hilderbrand
El matrimonio
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