C. S. Lewis

¿Es difícil o fácil el cristianismo?

En el último capítulo estuvimos considerando la idea cristiana de “revestirnos de Cristo”, o primero “vestirnos” como hijos de Dios para que al fin lleguemos a ser en realidad hijos. Lo que quiero dejar muy claro es que ésta no es una entre las muchas tareas que un cristiano debe llevar a cabo; no es una suerte de ejercicio especial para la clase elevada. Es el todo del cristianismo. El cristianismo no ofrece nada más. Y me gustaría señalar cuánto es lo que difiere de las ideas en voga en cuanto a “la moralidad” y en cuanto a “ser buenos”.

La idea común que todos tenemos antes de llegar a ser cristianos es ésta. Tomamos como punto de partida nuestro “yo” ordinario con sus varios deseos e intereses. Entonces reconocemos que algo más, llamésele “moralidad”, “conducta decente” o “el bien de la sociedad”, demanda algo de este “yo”, demanda que interfiere con nuestros propios deseos. Lo que queremos decir con esto de “ser buenos” es satisfacer tales demandas. Algunas de las cosas que por lo general el “yo” desea se convierten en lo que podríamos llamar “lo malo”; claro, debemos renunciar a ellas. Otras cosas, que el “yo” no quisiera hacer, se convierten en lo que podríamos llamar “lo bueno”; claro, tenemos que hacerlas. Pero siempre estamos a la espera de que cuando todas las exigencias se hayan cumplido, el pobre “yo” natural tenga su oportunidad, disponga de algún tiempo, para disponer de su propia vida y hacer lo que le agrada. En efecto, nos asemejamos mucho al hombre honrado que paga sus impuestos. Los paga, sí, pero espera que le quede lo suficiente para vivir. Es que estamos tomando como punto de partida a nuestro “yo” natural.

Mientras pensemos en esta forma, lo más probable es que resulte una u otra de estas dos cosas: o desistimos de tratar de ser buenos, o llegamos a sentirnos muy desgraciados. Porque no nos equivoquemos: si en realidad estamos tratando de cumplir con todas las demandas que se imponen sobre nuestro “yo” natural, no quedará lo suficiente para que este “yo” natural se sustente. Mientras más obedezcamos a nuestra conciencia, más será lo que ella nos exigirá. Y nuestro “yo” natural, que por tal motivo está hambriento, acorralado y preocupado, se irá enojando más y más. Al fin, o dejaremos de tratar de ser buenos, o por el contrario vendremos a ser unas de esas personas que, como dicen, “viven para los demás”, pero siempre descontentas y quejosas, siempre sorprendidas de que los demás no se den cuenta más de lo que hacen, y siempre asumiendo el papel de mártires. Y una vez que hemos llegado a este estado, nos convertiremos en un estorbo mucho mayor para aquellos con quienes tenemos que vivir que si hubiéramos permanecido siendo abiertamente egoístas.

La vida cristiana es diferente: más difícil y más fácil. Cristo dice: «Dámelo todo. No deseo parte de tu tiempo ni parte de tu dinero ni parte de tu trabajo. Te quiero a ti. No he venido a atormentar a tu ‘yo’ natural, sino a darle muerte. Las mediastintas no son buenas. No deseo cercenar una rama aquí y otra allá; lo que deseo es echar abajo todo el árbol. No deseo hacer un empaste en el diente ni recubrirlo, sino extraerlo. Entrégame todo tu “yo” natural; todos los deseos que piensas que son inocentes así como los que consideras malos: todo lo que son. En su lugar te daré un nuevo “yo”. En efecto, te daré mi ser. Mi propia voluntad será tuya».

Esto es más difícil y más fácil que lo que estamos tratando de hacer. Espero que todos nos hayamos dado cuenta de que Cristo mismo algunas veces describe la vida cristiana como muy difícil, y a veces como muy fácil. Dice: «Tomad mi cruz»; en otras palabras, es como que nos maten a golpes en un campo de concentración. Para luego decir: «Mi yugo es fácil, y ligera mi carga». Y quiere decir ambas cosas. Y se puede ver por qué ambas son verdad.

Los maestros nos dirán que el muchacho más perezoso de la clase es el que al fin del curso escolar trabaja con mayor empeño. Esto es, si a dos muchachos se les da una proposición geométrica para que la resuelvan, el que está preparado para las dificultades tratará de entenderla. El perezoso tratará de aprenderla de memoria, porque por el momento esto es lo que requiere menos esfuerzo. Pero seis meses más tarde, cuando se aproximan los exámenes, el perezoso se verá pasando horas y horas de desagradable trabajo en cosas que el otro muchacho entiende, y posiblemente goza, en unos cuantos minutos. La pereza significa a la larga mucho más trabajo. O veámoslo en esta forma: En una batalla, o en el ascenso de una montaña, a menudo hay cosas que hay que tener agallas para lograrlas; pero también, a la larga, es lo menos peligroso. Si no lo hacen por cobardía, horas más tarde se hallarán en peor peligro. La cobardía es de lo más peligrosa.

Y esto es lo que sucede aquí. Lo terrible, lo casi inconcebible, es entregarle a Cristo todo nuestro ser: todos nuestros deseos y precauciones. Pero esto es mucho más fácil de lo que en su lugar estamos tratando de hacer. Porque lo que estamos tratando de hacer es permanecer siendo lo que llamamos “nosotros mismos”; conservar la felicidad como nuestra meta mayor en la vida, y al mismo tiempo ser “buenos”. Estamos tratando de que nuestra mente y nuestro corazón sigan su propio camino, centrados en el dinero o en el placer o en la ambición, y esperando, a pesar de ello, comportarnos honrada, casta y humildemente. Y esto es justamente lo que Cristo nos advierte que no podemos hacer. Como Él lo dijo, no se cosechan higos de los espinos. Si no somos más que un campo cubierto de maleza, no podemos producir trigo. Córtesele la yerba para que no se vea tan alta, pero aun así no producirá trigo. Si lo que queremos es producir trigo hemos de ir más allá de la superficie. El campo se ha de arar y resembrar.

Es por ello que el verdadero problema de la vida cristiana se presenta donde la gente por lo general no lo espera. Viene en el momento mismo cuando nos despertamos por la mañana. Todos nuestros deseos y nuestras esperanzas para el día caen sobre nosotros como animales salvajes. Y el primer trabajo de cada mañana consiste simplemente en hacerlos retroceder; en poner atención a esa otra voz y tomar otro punto de vista y permitiendo que fluya otra vida más prolongada, más fuerte y más tranquila. Y esto es así todo el día: permanecer firmes en contra de todas nuestras confusiones y temores naturales; escapar del huracán.

Al principio sólo podemos hacer esto por momentos. Pero de tales ocasiones la nueva vida se esparcirá a través de nuestro sistema, porque le estaremos permitiendo que Él actúe en la parte de nosotros donde debe actuar. Esta es la diferencia que existe entre la pintura, que apenas se pone en la superficie, y la tintura, que penetra todo el tejido. Él nunca habló en forma gaseosa, vaga e idealística. Cuando dijo: «Sed perfectos», eso fue lo que quiso decir: que había que someterse al tratamiento completo. Esto es difícil; pero la suerte de mediastintas que siempre estamos buscando es aún más difícil, y en verdad imposible. Para un huevo puede que sea difícil convertirse en un pájaro; pero sería mucho más difícil aprender a volar siendo un huevo. Ahora somos como huevos. Pero no podemos permanecer siendo huevos decentes y ordinarios en forma indefinida. O salimos del cascarón o nos ponemos hueros.

Regresemos a lo que antes dije. Esto es el todo del cristianismo. No hay nada más. Es tan fácil confundirnos. Es fácil pensar que la Iglesia tiene un montón de objetivos diferentes: la educación, el construir edificios, las misiones, el celebrar cultos. Es tan fácil como pensar que el estado tiene un montón de objetivos diferentes: militares, políticos, económicos y muchísimas otras cosas más. Pero en cierta forma el asunto es más sencillo. El estado existe simplemente para proteger y promover la felicidad ordinaria de los seres humanos en esta vida. Para que los esposos puedan hablar tranquilamente en sus hogares al amor de la lumbre; para que un grupo de amigos pueda departir y entretenerse en algún lugar público; para que uno pueda entregarse a la lectura o a cultivar su huerto sin que nadie lo perturbe: para eso es que existe el estado. Y a menos que ayuden a aumentar y prolongar y proteger tales momentos, todas las leyes, los parlamentos, los ejércitos, los tribunales, la policía, etc., sólo significarán una pérdida de tiempo. De la misma manera, la Iglesia existe con el único propósito de llevar a los hombres a Cristo, de hacerlos pequeños cristos. Si esto no es lo que está haciendo, todas las catedrales, el clero, las misiones, los sermones y aun la Biblia misma son una pérdida de tiempo. Con ningún otro propósito Dios se hizo hombre. Y aun es dudoso que todo el universo haya sido creado con algún otro propósito. En la Biblia se dice que todo el universo fue hecho por Cristo y que todas las cosas han de ser reunidas en Él. Supongo que cualquiera de nosotros no puede entender cómo sucederá esto con todo el universo. No sabemos qué vive, si es que vive, en lugares que se hallan a millones de kilómetros de la Tierra. Y aun en la Tierra no sabemos cómo reunirse en Cristo pueda aplicarse a todas las cosas y no sólo a los hombres. Después de todo, esto era de esperarse. Se nos ha mostrado el plan sólo hasta donde tiene que ver con nosotros.

Algunas veces me gusta imaginarme que entiendo cómo esto puede aplicarse a las otras cosas. Creo entender cómo los animales más desarrollados en un sentido se acercan más al hombre cuando éste los ama y los hace más humanos de lo que de otra manera podrían serlo. Y aun entiendo cómo en cierto sentido las cosas inanimadas y las plantas se acercan al hombre cuando éste las estudia, las usa y las estima. Y si existen criaturas inteligentes en otros mundos, lo mismo harán con las cosas de sus mundos. Bien puede ser que cuando las criaturas inteligentes entren en Cristo, lleven consigo las demás cosas. Pero no sé; quizás sólo es una suposición mía.

Lo que se nos ha dicho es cómo los hombres pueden ser llevados a Cristo; cómo pueden llegar a ser parte de ese maravilloso presente que el joven Príncipe del universo desea ofrecer a su Padre, presente u ofrenda que es Él mismo y por lo tanto nosotros en Él. Para este único propósito fue que fuimos creados. Y en la Biblia hay indicaciones extrañas y emocionantes de que cuando seamos incorporados en Cristo, son muchas las otras cosas que en la Naturaleza empezarán a marchar mejor. La pesadilla habrá pasado y brillará la mañana.

C. S. Lewis, Mero cristianismo, Libro IV, Cap. 8

 

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