Escritos propios

«Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí» (Mt 10, 38)

A propósito del Evangelio de hoy que dice: «Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí» (Mt 10, 38)

¿Cómo sería un “cristiano” que no toma su cruz y no sigue a Jesús? Sería un “cristiano a medias”. Es el “cristiano” que cumple, pero no siente. El cristiano que no se deja tocar por Cristo. El que no se deja poner en crisis, no se deja moldear, no se cuestiona, no se hace las preguntas que debe hacerse, no se mira al espejo. Estos son los “cristianos” que terminan “muriendo en la pavada” cuando nacieron para cóndores. Es la realidad y si no la miramos a la cara, es como un cáncer que nos va comiendo por dentro sin que nos demos cuenta. Es la cruz de la Iglesia de hoy.

El seguimiento es radical. “Sí sí” o “No no”. “Dios o nada” como tituló su libro el Cardenal Sarah. El llamado es a imitar a Cristo, a dar la vida por Él, ni más, ni menos.  Quizás alguno de nosotros sea llamado a testimoniar su fe a costa de su vida. ¿Qué vamos a responder?

La invitación no admite medias tintas, “Sí” o “No”, no cabe como respuesta “Lo voy a pensar”, no hay un “No sé”. Al que dude, el Señor le dirá:  «Conozco tus obras, no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Apoc 3, 15-16)

Días atrás publiqué un extracto de una de las seis conferencias del P. Amedeo Cencini y Mons. José Ignacio Munilla Aguirre​ que se titula: «El escándalo de pocos es el resultado de la mediocridad de muchos». Los invito a verla o leer el resumen que hice y reflexionar al respecto, como una reflexión urgente que todos debemos hacer en este día.

Estamos todos en la misma barca, todos somos parte de Iglesia, con Cristo a la cabeza, de la Iglesia Militante, unida a la Iglesia Purgante y a la Triunfante. Todos somos responsables de lo que sucede, somos corresponsables unos de otros, como hermanos. El mal que se ve desatado en el mundo (que ya le queda poco tiempo) es consecuencia de la cobardía de los buenos, es consecuencia de la tolerancia al pecado, del silencio cuando es necesario hablar y corregir con caridad las tantas ofensas al Señor y a nuestra Santísima Madre. De nosotros depende, de cuánto amor tengamos en el corazón, de si ardemos por Cristo o no. Depende de si aceptamos la invitación a reparar tantas ofensas y blasfemias que se cometen contra el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a reparar y gritar frente a los pecados que claman al cielo (quien no los conozca puede leerlos en el Catecismo). A esto somos llamados, a ser instrumentos eucarísticos del Señor para la salvación de todos, todos, aún del peor pecador que haya en este mundo, aún a ese, el Señor lo ama y dio su vida por él.

Estamos en la barca, se desató un fuerte vendaval y las olas están entrando en la barca. Jesús está durmiendo sobre el cabezal, está cansado, ¿lo vamos a despertar? Si lo despertamos Jesús nos dirá: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Necesitamos tomarnos tiempo para responder a estas dos preguntas.

Insisto, depende de nosotros. El Señor no nos negará la gracia.

«Dios no quiere soldados obedientes, quiere hijos felices». (P. Amedeo Cencini)

Es hora de despertar…

Que María nos enseñe a confiar en el Señor y a arrojar por la borda los miedos y desconfianzas más profundas.

«Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará». (Mt 10, 39)

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