La transformación tiene lugar cuando estamos dispuestos a acoger la palabra de Dios en nuestra vida, escuchar su voz y obrar consecuentemente. La mente, los sentidos, el corazón… todo debe ser receptivo. Lo cual significa que debemos prestar atención sin ser pasivos: escuchando, interiorizando, reflexionando.
En este momento la comprensión monástica de la humildad tiene que desempeñar una importante función. (…) Significa conocer y aceptar mis limitaciones, sin negarlas. No tengo la última palabra; no soy la fuente definitiva de la sabiduría. Cuando admito que todo depende de Dios, estoy dispuesto y preparado para cambiar, probablemente una y otra vez. Lo cual no es más que decir que estoy abierto a un proceso de transformación permanente.
San Benito enseñó a sus monjes la tríada de silencio, obediencia y humildad como instrumentos básicos para su vocación. Los tres se enriquecen mutuamente. Si pienso en mis propias circunstancias descubro que me piden silencio, escucha y vacío, así como una actitud de discípulo (discipulus), de alguien que aprende, que sigue, que está dispuesto a abrirse de nuevo.
Esther de Waal
Invitación al asombro, Cap. 5.
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