¿Qué dice, pues, el centurión? «Señor, no soy digno de que entres en mi casa»… Oigámosle cuantos hemos aún de recibir a Cristo, porque es posible recibirle también ahora. Oigámosle e imitémosle y recibamos al Señor con el mismo fervor que el centurión; porque cuando a un pobre recibes hambriento y desnudo a Cristo recibes y alimentas. «Pero di una sola palabra y mi criado quedará sano». Mira cómo este centurión, a la par que el leproso, tiene de Cristo la opinión conveniente. Porque tampoco el centurión dijo: «Suplícalo a Dios», ni: «Haz oración y ruega», sino: «Mándalo solamente».
El centurión no busca, en efecto, la presencia física de Jesús para salvar a su siervo, ni lleva el enfermo al médico: su comportamiento atestigua que no tiene una idea limitada de Cristo. Como le tiene, efectivamente, una estima digna de su divinidad, le pide: «Di una sola palabra». Y, al comienzo, ni siquiera le manifiesta su petición, sino que se limita a exponer la enfermedad del criado. Su gran humildad le impide pensar que Cristo consentirá concederle de inmediato la curación y accederá a visitar su casa.
Sin embargo, con tener una fe tan grande, todavía se consideraba indigno a sí mismo. Cristo, empero, para mostrar que era digno de que él entrara en su casa, hizo mucho más que entrar: admirarle y proclamarle y darle más de lo que había venido a pedir. Porque había venido a pedir la salud corporal para su criado y se fue con el Reino de Dios en las manos. Mirad cómo ya aquí se cumple lo de «buscad el Reino de los Cielos y todo eso se os dará por añadidura». Pues por haber dado muestras de una fe y una humildad tan grandes, no sólo le dio el Señor el cielo, sino la salud de su criado por añadidura.
San Juan Crisóstomo
Comentario al evangelio de Mateo, 26, 1-4
0 comments on “Di una sola palabra”