Puesto que todas las cosas tienen su momento, hay un tiempo en el que estar en gestación. En efecto, hemos de empezar en un vientre social. Pero hay también un tiempo en el que nacer.
El que ha nacido espiritualmente como identidad madura, queda liberado del vientre circundante de mito y prejuicio. Aprende a pensar por sí mismo, ya no guiado por los dictados de la necesidad y por los sistemas y procesos trazados para crear necesidades artificiales y luego “satisfacerlas”.
Esa emancipación puede adoptar dos formas: primero, la de la vida activa, que libera de la esclavización a la necesidad, al considerar y atender las necesidades de los demás sin pensar en intereses personales o compensaciones. Y, segundo, la vida contemplativa, que no ha de construirse como una huida del tiempo y la materia, de la responsabilidad social y de la vida de los sentidos, sino más bien como un avance hacia la soledad y el desierto. […]
En el desierto de soledad y vacío es donde se ve que son ilusorios el miedo a la muerte y la necesidad de autoafirmación. Cuando se mira esto de frente, la angustia no siempre es vencida, pero puede ser aceptada y comprendida.
Así, en el corazón de la angustia se encuentran los dones de paz y comprensión: no simplemente en la iluminación y la liberación personales, sino en el compromiso y la comprensión, pues el contemplativo debe asumir la angustia universal y la situación ineludible del hombre mortal. El solitario, lejos de encerrarse en sí mismo, se hace a todos los hombres. Reside en la soledad, la pobreza, la indigencia de todo hombre.
Thomas Merton, Incursiones en lo Indecible.
Fotografía: © Elena Shumilova

0 comments on “Hay un tiempo en el que nacer”