Raniero Cantalamessa

Apropiación indebida

En el rito de la misa anterior a la reforma, antes de iniciar el ofertorio, el sacerdote se dirigía al pueblo con el saludo Dominus vobiscum (El Señor esté con vosotros) y esto es lo que el poeta Claudel leía en esas palabras y en la mirada implorante del sacerdote:

«¡El Señor esté con vosotros, hermanos! Hermanos, ¿me oís?
Mi pequeña grey, no es sólo la patena, no es sólo el cáliz con el vino,
eres tú, toda entera, mi pequeña grey, lo que yo querría tener y levantar entre manos…
Ahora se te presenta el plato para la ofrenda; ¿no tienes otra cosa que esa mísera moneda para poner en él?…
¿No tienes otra cosa que abrir que tu monedero?
¿No hay aquí nadie que sufre?…
¿No hay afligidos entre vosotros? ¿De verdad? ¿Ningún pecado, ningún dolor?
¿Ninguna madre que haya perdido el hijo? ¿Ningún fracasado sin culpa propia?
¿Ninguna chica abandonada por el novio porque el hermano le ha devorado la dote?
¿Ningún enfermo al que el médico haya diagnosticado y que sabe que ya no tiene esperanza?
¿Por qué, pues, sustraer a Dios lo que le pertenece y es suyo?
¡Vuestras lágrimas y vuestra fe, vuestra sangre con la suya en el cáliz!
Junto con el vino y el agua ¡esta es la materia de su sacrificio!
Esto es lo que rescata al mundo con él, esto es aquello de lo que tiene sed y hambre,
Estas lágrimas como monedas arrojadas en el agua, Dios mío, ¡tanto sufrimiento desperdiciado!
¡Tened piedad de él que sólo tuvo treinta y tres años para sufrir!
¡Unid vuestra pasión a la suya, visto que sólo se puede morir una vez!» .

Pero dar a Jesús nuestras cosas –cansancios, dolores, fracasos y pecados–, es sólo el primer acto. Del dar se debe enseguida pasar, en la comunión, al recibir. ¡Recibir nada menos que la santidad de Cristo! Si no damos este “golpe temerario” nunca entenderemos “la enormidad” que es la Eucaristía.

Hay un acto que, realizado con los hombres es pecado y está penado por la ley y que, en cambio, con Cristo no sólo está permitido, sino que es sumamente recomendable: “la apropiación indebida”. ¡En cada comunión Cristo nos “instiga” a hacer una apropiación indebida! (“Indebida”, es decir, ¡no debida, no merecida, puramente gratuita!). Nos permite apoderarnos de su santidad.

¿En dónde se realizará, concretamente, en la vida del creyente, ese “maravilloso intercambio” (admirabile commercium) del que habla la liturgia, si no se realiza en el momento de la comunión? Allí tenemos la posibilidad de dar a Jesús nuestros harapos y recibir de Él el manto de la justicia (Is 61,10). En efecto, está escrito que por obra de Dios se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención (1Co 1,0). Lo que Cristo se ha convertido “para nosotros” nos está destinado, nos pertenece. Es un descubrimiento capaz de poner alas a nuestra vida espiritual.

P. Raniero Cantalamessa

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