Ellos no podrían haberse equivocado: La voz de los santos, doctores y el magisterio ordinario de la Iglesia al afirmar a María como «Corredentora» y «Mediadora de todas las gracias».
Por el obispo Athanasius Schneider
A lo largo del tiempo, el Magisterio Ordinario, junto con numerosos Santos y Doctores de la Iglesia, han enseñado las doctrinas marianas de la Corredención y la Mediación, empleando entre otras expresiones los títulos específicos «Corredentora» y «Mediadora de Todas las Gracias». En consecuencia, no se puede sostener que el Magisterio Ordinario, junto con los santos y los doctores de la Iglesia durante tantos siglos, podrían haber llevado a los fieles por mal camino a través de un uso consistentemente inapropiado de estos títulos marianos. Además, a lo largo de los siglos, esta doctrina mariana y el uso de estos títulos también han expresado el sensus fidei, el sentido de fe de los fieles. Por lo tanto, al adherirse a la enseñanza tradicional del Magisterio Ordinario con respecto a la Corredención y la Mediación, y al reconocer la legitimidad de los títulos de «Corredentora» y «Mediadora de Todas las Gracias», los fieles no se apartan del camino correcto de la fe ni de una piedad sana y bien informada hacia Cristo y Su Madre.
En la iglesia primitiva, San Ireneo de Lyon, un Doctor de la Iglesia del siglo II, sentó las bases esenciales para las doctrinas marianas de la Corredención y la Mediación, que más tarde serían desarrolladas por otros Doctores de la Iglesia y el Magisterio Ordinario de los Romanos Pontífices. Él escribió: «María, al ceder la obediencia, se convirtió en la causa de la salvación, tanto para ella como para todo el género humano». 1
Entre las numerosas afirmaciones del Magisterio Ordinario de los Papas sobre las doctrinas marianas de la Corredención y la Mediación, y los títulos correspondientes «Corredentora» y «Mediadora de Todas las Gracias», se puede citar primero la encíclica Adjutricem Populi del Papa León XIII, en la que se refiere a Nuestra Señora como una cooperadora en la obra de la Redención y como el dispensador de la gracia que fluye de ella. Él escribe: «Ella que estaba tan íntimamente asociada con el misterio de la salvación humana está tan estrechamente asociada con la distribución de las gracias que para siempre fluirán de la Redención».2
Del mismo modo, en su encíclica Jucunda Semper Expectatione, el Papa León XIII habla de la mediación de María en el orden de la gracia y la salvación. Escribe:
«El recurso que tenemos a María en oración se deriva del oficio que ella desempeña continuamente al lado del trono de Dios como Mediadora de la gracia Divina; siendo por dignidad y por mérito sumamente aceptable para Él, y, por lo tanto, superando en poder a todos los ángeles y santos del Cielo… San Bernardino de Siena lo expresa así: «Toda gracia concedida al hombre tiene tres grados en orden; porque por Dios se comunica a Cristo, de Cristo pasa a la Virgen, y de la Virgen desciende a nosotros». Que Dios, «que en su misericordiosa Providencia nos dio esta Mediadora», «decretó que todo bien nos llegara por las manos de María» (San Bernardo), reciba con benevolencia nuestras oraciones comunes y cumpla nuestras esperanzas comunes… A ti elevamos nuestras plegarias, porque tú eres la Mediadora, poderosa y a la vez compasiva, de nuestra salvación… por tu participación en Sus inefables dolores, por el esplendor de Su gloria que resplandece en ti, te suplicamos desesperadamente: ¡escúchanos, ten piedad, óyenos, aunque indignos seamos!» 3
El Papa San Pío X ofreció una sucinta exposición teológica de la Corredención en su encíclica Ad Diem Illum, enseñando que por razón de su maternidad divina, María merece en la caridad lo que solo Cristo, como Dios, merece para nosotros en estricta justicia, a saber, nuestra redención, y que ella es la dispensadora de todas las gracias. Escribe:
«Efectivamente cuando llego la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la Cruz de Jesús, su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino «gozándose de que su Unigénito se inmolara para la Salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció su Hijo».Y por esta comunión de voluntad y de dolores entre María y Cristo, ella «mereció convertirse con toda dignidad en reparadora del mundo perdido», y por tanto en dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su muerte y con su sangre.. […] María, al aventajar a todos en santidad y en unión con Cristo y al ser llamada por Cristo a la obra de la salvación de los hombres, nos merece de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo mereció de condigno y es Ella ministro principal en la concesión de gracias.
r esa comunión, de la que ya hemos hablado, de dolores y bienes de la Madre con el Hijo, se le ha concedido a la Virgen augusta ser «poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su Hijo Unigénito». Así pues, la fuente es Cristo. PA su vez María, como señala Bernardo, es el «acueducto»; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la Cabeza y la Cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. «Pues ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los dones espirituales”»4
Asimismo, el Papa Benedicto XV enseña: «Al unirse a la Pasión y Muerte de su Hijo, sufrió como si fuera a la muerte… para apaciguar la justicia divina, por lo que estaba en su poder, sacrificó a su Hijo, de modo que se puede afirmar con toda verdad que, junto con Cristo, redimió al género humano»5. Este es el equivalente al título de Corredentora.
El Papa Pío XI afirma que, en virtud de su íntima asociación con la obra de la Redención, María merece con razón el título de Corredentora. Él escribe: «Por necesidad, el Redentor no podía sino asociar a su Madre en su obra. Por esta razón, la invocamos bajo el título de Corredentora. Ella nos dio el Salvador, lo acompañó en la obra de la Redención hasta la Cruz misma, compartiendo con él las penas de la agonía y de la muerte en la que Jesús consumó la Redención de la humanidad»6
En su encíclica Mediator Dei, el Papa Pío XII enfatiza la universalidad del papel de María como dispensador de gracia, diciendo: «Ella nos entrega su Hijo, y juntamente con Él nos ofrece los auxilios que necesitamos, puesto que Dios “quiso que todo lo tuviésemos por María“» (San Bernardo)”.7
El Papa San Juan Pablo II afirmó repetidamente la doctrina católica del papel de María en la Redención y la mediación de todas las gracias, empleando los títulos de «Corredentora» y «Mediadora de Todas las Gracias». Para citar solo unos pocos, dijo: «María, aunque concebida y nacida sin la mancha del pecado, participó de manera maravillosa en los sufrimientos de su divino Hijo, para ser Corredentora de la humanidad»8. «De hecho, el papel de María como Corredentora no cesó con la glorificación de su Hijo»9. «Recordamos que la mediación de María se define esencialmente por su maternidad divina. El reconocimiento de su papel como mediadora está implícita en la expresión “nuestra Madre”, que presenta la doctrina de la mediación mariana poniendo el acento en su maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gracia» explica que la Santísima Virgen coopera con Cristo en el renacimiento espiritual de la humanidad»10
En cuanto a la verdad transmitida por el título mariano Mediadora de Todas las Gracias, el Papa Benedicto XVI enseñó: «La Tota Pulchra, la Virgen Más Pura, que concibió en su seno al Redentor de la humanidad y fue preservada de toda mancha de pecado original, desea ser el sello definitivo de nuestro encuentro con Dios nuestro Salvador. No hay fruto de gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora»11
San John Henry Newman, quien recientemente fue proclamado Doctor de la Iglesia por Su Santidad el Papa León XIV, defendió el título de Corredentora ante un prelado anglicano que se había negado a reconocerlo. Él declaró: «Cuando te encontraron con los Padres llamando a su Madre de Dios, Segunda Eva, y Madre de todos los Vivientes, Madre de la Vida, Estrella de la Mañana, Nuevo Cielo Místico, Cetro de la Ortodoxia, Madre de Santidad Inmaculada, y otros nombres similares, habrían considerado una pobre compensación por tales expresiones que protestaras contra el hecho de que se la llamara Corredentora»12.
El término Corredentora, que por sí mismo denota una simple cooperación en la Redención de Jesucristo, ha llevado, durante varios siglos, en lenguaje teológico y en la enseñanza del Magisterio Ordinario, el significado específico de una cooperación secundaria y dependiente. En consecuencia, su uso no plantea ninguna dificultad grave, siempre que vaya acompañado de expresiones aclaratorias que enfatizan el papel de María como secundario y dependiente en esta cooperación.13
Teniendo en cuenta la enseñanza sobre el significado y el uso adecuado de los títulos de Corredentora y Mediadora de Todas las Gracias, como lo presenta consistentemente el Magisterio Ordinario y sostenido por numerosos Santos y Doctores de la Iglesia durante un lapso considerable de tiempo, no hay un riesgo grave en emplear estos títulos adecuadamente. De hecho, enfatizan el papel de la Madre del Redentor, quien, en razón de los méritos de su Hijo, está «unida a Él por un vínculo estrecho e indisoluble»14 y por lo tanto también es la Madre de todos los redimidos.15
En ciertas versiones de la oración Sub Tuum Praesidium, los fieles han invocado con confianza a Nuestra Señora durante siglos, llamándola: «Domina nostra, Mediatrix nostra, Advocata nostra». Y San Efrén el Sirio, un Doctor de la Iglesia del siglo IV, que es venerado por la Iglesia como el «Arpa del Espíritu Santo», rezó así:
«Señora mía santísima, Madre de Dios y llena de gracia. Tú eres la Esposa de Dios, por quien hemos sido reconciliados. Después de la Santísima Trinidad, Señora de todos; después del Paráclito, segunda consoladora; después del Mediador, mediadora de todo el mundo, la salvación del universo. Después de Dios Tú eres toda nuestra esperanza. Te saludo, oh gran Mediadora de la paz entre los hombres y Dios, Madre de Jesús nuestro Señor, amado por todos los hombres y por Dios, a quien sea la honra y la bendición con el Padre y el Espíritu Santo. Amén».16
1 Adv. Haer., III, 22, 4.
2 5 de septiembre de 1895.
3 8 de septiembre de 1894.
4 2 de febrero de 1904.
5 Carta Apostólica Inter Sodalicia, 22 De Marzo De 1918.
6 Discurso a los peregrinos en Vicenza, Italia, 30 de noviembre de 1933.
7 20 de noviembre de 1947.
8 Audiencia General de 8 de septiembre de 1982.
9 Homilía en la Misa en el santuario mariano en Guayaquil, Ecuador, 31 de enero de 1985.
10 Audiencia General del 1 de Octubre de 1997.
11 Homilía en la Santa Misa y Canonización del P. Antônio de Sant’Ana Galvão, OFM, 11 de mayo de 2007.
12 Carta dirigida al Rev. E. B. Pusey, D.D., con ocasión de su Eirenicon. Ciertas dificultades sentidas por los anglicanos en la enseñanza católica, Volumen 2, Longmans, Green, y Co., Nueva York, 1900, p. 78.
13 Cf. Diccionario de la Théologie catolique, IX, art. Marie, el coronel. 2396.
14 Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 53.
15 Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 63.
16 Oratio ad Deiparam, cf. S.P.N. Ephraem Syri Opera Omnia quae exstant… estudio de apuestas de ópera Josephi Assemani, Romae 1746, tomus tertius, p. 528ff.
Fuente: Diane Montagna’s Substack
Traducción de caminitoespiritual.blog

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