San Francisco de Sales

Vivir en presencia de Dios en la divina soledad

«Yo soy el buen Pastor, conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen» (Jn 10,14) 

Tengo mucho interés, querida Filotea, de que en esto sigas mi consejo; porque este tema es uno de los medios más seguros para tu avance espiritual. Pon tu espíritu, lo más frecuentemente posible, durante el día en la presencia de Dios, piensa en lo que Dios hace y lo que haces tú, y verás sus ojos vueltos hacia ti, perpetuamente fijos en ti con un amor incomparable. 

Y entonces dirás: ¡Oh Dios mío!, ¿cómo no te miro yo siempre, como Tú me miras? ¿Por qué piensas en mí tan a menudo, Señor, y yo no pienso en Ti?; alma mía, ¿en qué piensas? Tu sitio es Dios, y ¿dónde estamos? 

Los pájaros tienen sus nidos en los árboles y en ellos se recogen, los ciervos tienen sus matorrales para esconderse y ponerse a salvo y refrescarse en su sombra en verano; también nuestros corazones, Filotea, tienen que escoger cada día su sitio, bien en las llagas de nuestro Señor o en cualquier otro lugar cerca de Él para retirarse en las ocasiones y aligerarse de los problemas exteriores, estando como en el fuerte donde defenderse de las tentaciones. 

Feliz el alma que puede decir con verdad a nuestro Señor: «Tú eres mi morada de refugio, mi muralla segura, mi techo contra la lluvia y mi sombra contra el calor». Recuerda por tanto, Filotea, retirarte varias veces durante el día en la soledad del corazón, aunque corporalmente estés en medio de conversaciones y asuntos. Esta soledad mental no la pueden estorbar las multitudes que puedan rodearte pues no rodean tu corazón sino tu cuerpo, mientras el corazón permanece sólo en la presencia de Dios. 

Las conversaciones no suelen ser ordinariamente tan importantes que no pueda uno retirarse de vez en cuando para poner el corazón en esta divina soledad.

San Francisco de Sales
Introducción a la vida devota, 2ª parte, Capítulo 12. III, 91 

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