«Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”» (Jn 21, 15)
Se trata de una persona de 42 años que en agosto de 1993 ingresó a la organización religiosa y denunció los hechos en la Iglesia.
Habiendo visto una buena cantidad de testimonios favorables a estas personas que ellos mismos se encargaron de publicar, es necesario escuchar el otro lado, el que es avergonzante, denigrante, lacerante y de la peor bajeza humana.
No sólo por los hechos denunciados en sí, sino por la hipocresía que se encargaron de mostrar pública y privadamente en los últimos años y continúa “como si nada hubiera pasado”, hablando de “inocencia” y “denuncia falsa” e incumpliendo sistemáticamente la pena canónica, hasta el punto de crear muchos perfiles con nombres falsos en las redes sociales para seguir incumpliendo y no ser descubiertos. Y desde ya, jamás hacer ni una mención a la sanción canónica y que están suspendidos hace años, desde noviembre de 2018, antes de ser enviados a prisión, cuando ya los acusados se encontraban bajo la prohibición total del ejercicio del ministerio pastoral.
Inocencia es lo que perdieron muchos jóvenes allí y les arruinaron la vida para siempre.
¿Las autoridades de la Iglesia? Bien, gracias. Hace 30 años que están ocupados con otras cosas. No quisiera estar en sus zapatos cuando les llegue su Juicio particular ante Dios.
El testimonio publicado el 28 de mayo de 2019 en Diario Uno:
Se trata de una persona de 42 años que en agosto de 1993 ingresó a la organización religiosa, radicada en Buenos Aires por ese entonces. A principios de enero pasado se incorporó al expediente una carta donde detalla lo que vivió e incluso ha sido citado a declarar, algo que difícilmente ocurra porque actualmente reside en España. “Yo viví un infierno”, sintetizó el hombre.
En el escrito detalló que desde un principio notó conductas extrañas entre los dos acusados ya que Diego solía sentarse en las rodillas de Portillo, se acariciaban y realizaban cosquillas.
El testigo aseguró que mantuvo relaciones sexuales “consentidas y buscadas por ambos” con Diego Roque hasta dos veces por semana. “Lo vivíamos con culpa”, agregó.
Pero con respecto a Portillo describió una manipulación psicológica que ejercía sobre él: “Una vez vez nos descubrió con Diego y desde ahí me trataba como un perro”.
El hombre dijo que cuando se olvidaba de algunos pedidos que le realizaba Portillo este lo retaba en forma eufórica y hasta le hizo creer que tenía una discapacidad mental. Tras el castigo lo abrazaba y acariciaba. Hasta que en una ocasión, ya con el monasterio asentado en Tupungato, pasó a mayores y terminó besándolo y teniendo sexo.
“Portillo estaba desenfrenado. Me dio mucho asco pero no se lo podía decir. Después empezó a buscar ocasiones para tener relaciones. Cuando el ambiente era tenso lo buscaba para tener sexo y seguir tranquilos”, aseveró. Esta situación duró un año y medio, según su relato.
Este hombre logró hablar con una monja de un monasterio ubicado en Córdoba que “me hizo entender la gravedad viciosa que estaba viviendo y hubo algo que cambió”. Días después, discutió con Portillo cuando circulaban en un auto, abrió la puerta y se fue corriendo.
Tiempos después, a mediados de 2014 o 2015 ya en otra orden ubicada en Francia, confesó lo ocurrido y lo enviaron a hablar con el monseñor José María Arancibia donde ratificó su versión.
“Lo del abuso sexual es una de las cosas menos importantes. Hay un sentimiento de manipulación, de culpa afectiva y psicológica mucho más grave que la relación sexual, ya sea consentida o forzada”, concluyó.
Fuente: Diario Uno

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