«Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 21)
Los templos de Cristo son las almas santas cristianas dispersas por todo el mundo. Exultemos, porque se nos ha concedido la gracia de ser templo de Dios; pero, a la vez, vivamos con el santo temor de violar este templo de Dios con obras malas. Temamos lo que dice el apóstol: «Si uno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él» (1 Cor 3,17). Ese Dios que sin cansancio ha creado el cielo y la tierra por su Verbo, se ha dignado poner en ti su morada; por eso debes portarte de suerte que no ofendas a tan gran huésped. Que el Señor nunca encuentre en ti, en su templo, nada sucio, oscuro o soberbio: porque desde el momento en que hallase en ti un motivo de ofensa, sin dudarlo, se alejaría, y si el Redentor te abandona, inmediatamente se apoderaría de ti el mentiroso.
Por consiguiente, hermanos, puesto que Dios ha querido hacer su templo en nosotros, y se ha dignado venir y habitar en nosotros, en cuanto esté de nuestra parte, tratemos de alejar, con su ayuda, todo lo superfluo y acoger lo que nos puede favorecer. Si actuamos de este modo, con la ayuda de Dios, entonces, hermanos, podremos invitar al Señor al templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo.
Cesáreo de Arlés
Discursos, 229,2

0 comments on “Los templos de Cristo”