Alfredo Sáenz Cultura de la muerte

El silencio culpable

La “cultura de la muerte” es un abierto atentado contra la vida. Contra la vida natural, ante todo, pero también contra la vida sobrenatural y en última instancia, contra Aquel que dijo: «Yo soy la Vida». La vida humana, a la que con tanta saña se combate, es un reflejo de la vida divina. La familia es el último baluarte donde se ha recluido la vida. Bien ha dicho el Papa en la encíclica Centesimus Annus: «Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida» (nº 39). Pues bien, en la defensa de la vida, sobre todo del inocente, nadie puede darse el lujo de desentenderse de ello, no tomando algún puesto en el combate. El Santo Padre nos incita a ello de manera apremiante. (…)

El hombre ha puesto al servicio del más alevoso, triste e impune de los crímenes, todos los recursos de su inteligencia. Si las voces de los millones de inocentes inmolados en los altares del hedonismo pudieran hacerse oír, su clamor se convertiría en un estruendo mayúsculo, aterrador, que mostraría fehacientemente el abismo de la perversidad humana, cuando el hombre soberbio y avaro, ha resuelto dar las espaldas a Dios, abdicando no sólo del orden sobrenatural sino también del natural. 

Entonces, pues, gritemos también nosotros, gritemos por aquellos que no pueden hacerlo, demos voz a los que la han perdido. Y que nuestro grito se oiga. Somos convocados a defender al inocente de los nuevos Herodes, que asesinan con guantes de gamuza. En las presentes circunstancias nuestro silencio no carecería de complicidad. Será preciso ocupar nuestro puesto de combate, defendiendo, en cuanto esté a nuestro alcance, la doctrina de la vida, empezando por el propio hogar, y siguiendo, de ser posible, por el debate, la discusión, el llamado de alerta. Que nuestro grito sea clamoroso, proporcionado al grito no por silencioso menos elocuente de aquellos que no tienen voz alguna para defenderse. (…)

Bien decía León XIII que más grave que la audacia de los malos es la cobardía de los buenos.

En este combate cultural y espiritual tenemos dos guías celestiales: la Santísima Virgen y San Miguel Arcángel. (…)

Bajo este doble patrocinio, el de la Santísima Virgen, Madre de la vida, que pisoteó la cabeza de la serpiente, y el de San Miguel Arcángel cuyo grito «Quién como Dios» lo constituyó en el abanderado de la causa del Señor, hagamos lo que esté a nuestro alcance para no consentir con el espíritu del mundo. Frente a los asesinos, levantemos la bandera de la vida, según aquella expresión de San Ireneo: «Gloria Dei, homo vivens». La gloria de Dios es el hombre que vive, que vive la vida natural, y más aún, la sobrenatural.

P. Alfredo Saénz, Derecho a la vida: Cultura de la muerte, 1994.

Conferencia pronunciada el 24 de mayo, en el Salón Auditorio del Banco Río de la Plata, Buenos Aires, dentro del ciclo organizado por los Cursos de Cultura Católica de la Pontificia Universidad Católica Argentina.