S.S. Benedicto XVI San Juan Pablo II Santo Evangelio

«Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24)

† Evangelio según san Mateo 1,18-24

El nacimiento de Jesús, Mesías, sucedió así: su madre, María, estaba comprometida con José, y antes del matrimonio, resultó que estaba embarazada, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, pensó abandonarla en secreto. Ya lo tenía decidido, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: —José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del profeta: Mira, la virgen está embarazada, dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel —que significa: Dios con nosotros—. Cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado y recibió a María como esposa.

«Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24)

Al comienzo de su peregrinación en fe, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel había dicho de la Madre del Redentor: «Dichosa tú que has creído» (Lc 1,45), en un cierto sentido se puede también atribuir esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra del Señor cuando le fue anunciada en este momento decisivo. José, es cierto, no respondió al anuncio del ángel como María, pero él «hizo lo que el ángel le había dicho: llevársela como esposa». Lo cual es pura «obediencia a la fe» (Rm 1,5).

Se puede decir que lo que hizo José le unió, de manera muy especial, a la fe de María; aceptó como una verdad venida de Dios lo que ella había aceptado ya en el momento de la Anunciación. El concilio Vaticano II dice: «Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe. Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela» (Dei Verbum, 5). Esta frase, que toca a la esencia misma de la fe, se aplica perfectamente a José de Nazaret.

Así él llega a ser, de manera singular, el depositario del misterio «escondido desde los siglos en Dios» (Ef 3,9), de la misma manera que María lo es en este momento decisivo llamado por el apóstol Pablo “la plenitud de los tiempos”, cuando «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer… para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción» (Gal 4,4-5)… José es, con María, el primer depositario de este misterio divino… Teniendo ante los ojos el texto de los dos evangelistas Mateo y Lucas, se puede igualmente decir que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios y que así sostiene a su esposa en la fe de la Anunciación divina; Dios lo puso el primero en el camino de la peregrinación en la fe de María… El camino personal de José, su peregrinación en la fe, se concluirá primero…; pero, el camino de la fe de José sigue la misma dirección.

San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris custos, n. 4.

 

«José era justo» (Mt 1,19).

El silencio de san José es un silencio impregnado de la contemplación del misterio de Dios, en una actitud de disponibilidad total a las voluntades divinas. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino por el contrario, una plenitud de fe que lleva en su corazón, y guía cada uno de sus pensamientos y cada una de sus acciones. Un silencio gracias al cual José, al unísono con María, conserva la Palabra de Dios, conocida a través de las Santas Escrituras, confrontándolas permanentemente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración continua, de bendición del Señor, de adoración de su voluntad y de confianza absoluta en su providencia.

¡Dejémonos «contaminar» por el silencio de san José! Tenemos necesidad de ello en un mundo a menudo tan ruidoso que no favorece en absoluto el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación a la Navidad, cultivemos el recogimiento interior, para acoger y conservar a Jesús en nuestra vida.

Benedicto XVI, San José, modelo de escucha.

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