Me repito constantemente que el Señor me ha concedido la gracia del «recuerdo de la muerte» y la bendita desesperación. El recuerdo de la muerte sitúa al hombre ante la eternidad. Al comienzo, en su aspecto negativo: todo ser creado se siente apresado por las tinieblas de la muerte. Después, la Luz de la manifestación de Dios desciende sobre nuestra alma, aportando la victoria sobre la muerte. En cuanto a mi «desesperación», era consecuencia de mi conciencia de estar alejado de Dios. Estos dos elementos, el recuerdo de la muerte y la desesperación, fueron las alas que me permitieron atravesar el abismo. Esta experiencia terrible y duradera fue una bendición de Dios, gracias a la cual «se alzó el velo que cubría mi corazón» y me impedía comprender la Revelación neotestamentaria en Cristo y en el Espíritu Santo (cf. 2 Cor 3, 13-18)
Archimandrita Sophrony, La oración, experiencia de eternidad, Cap. 4

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