Tomás de Kempis

De la huida del mundo y de los lazos del demonio

«Oyendo, el sabio crecerá en doctrina» (Prov 1,5)

Escucha, buen joven, la palabra de la eterna sabiduría, mucho más útil que la de todos los sabios del mundo reunidos.

Según aconseja San Juan, no ames al mundo, ni las cosas que son en el mundo, antes recházalas como estiércol y veneno.

Reflexiona sin cesar acerca de tu fin, y cesará la tentación.

Aleja tu alma del peligro: a nadie seas motivo de escándalo, ni profieras palabra alguna inconveniente.

Si tu padre según la carne te aleja de Dios, tu respuesta ha de ser que tienes un Padre que está en los cielos.

Si tu madre o hermana te ponen obstáculos, les dirás: Mortales sois y falaces; el que me creó proveerá de mi.

El que sirve a Dios, ningún bien le faltará.

Encomienda todos tus amigos a Dios, rogando para que se enmienden, y eviten los pecados, y así no ofendan a Dios, y por cosas de la tierra no pierdan las del cielo.

Gran desasosiego de corazón es el trato frecuente de amigos.

El mundo pasa lo mismo que su concupiscencia; y tú igualmente pasarás, y contigo todos tus amigos.

Muchos son los lazos del diablo; y el que desea enriquecerse y aparecer grande caerá en varias de sus tentaciones.

Lazos de todos los días son la comida y la bebida, la mirada suelta, la palabra vana, la inconstancia del corazón y el tedio de la obra buena.

Todo vanidad; honor, riquezas y poder.

¿Qué buscas, qué sueñas ver en el mundo, donde todo es inmundo? Todo es vano, fugitivo y engañoso, fuera el amar a Dios y hacer siempre el bien.

No puedes amar cumplidamente a Dios, mientras no desprecies a ti mismo y al mundo por amor a Dios, el cual te recompensará ahora con el ciento por uno, y con la vida eterna en el futuro.

O hermano incauto, no te pese alejarte de amigos y conocidos, que con frecuencia son un obstáculo para la salvación eterna, y roban el divino consuelo.

¿Dónde están tus compañeros con quienes jugabas y reías? No sé; se fueron y me dejaron solo.

¿Dónde está lo que ayer viste? Se ha desvanecido.

¿Dónde lo que comiste y bebiste? Todo destruido.

¿Qué daño te hizo aquello de que abstuviste? Absolutamente ninguno.

Prudente es, pues, quien sirve a Dios y desprecia por completo al mundo con todos sus placeres. Tenlo por cierto.

Ay de los halagos y embriagueces del mundo, que una unión verdaderamente jovial pronto expulsa, execra, y sepulta.

He aquí que todos mis compañeros murieron, para no volver jamás a mi lado, antes seré yo quien tendré que seguirlos cuando Dios me llame.

Huéspedes fueron en esta tierra, lo mismo que yo. Acá lo dejaron todo, como tendré que hacer yo. Pronto desaparecieron como sombra. He aquí mi destino.

Tomás de Kempis, El jardín de las rosas, Cap. 2

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