Continuando sobre este tema del que hablé días atrás, quisiera agregar algunas cosas.
«Encuentra bello todo lo que puedas, la mayoría no encuentra nada lo suficientemente bello» (Leonardo Da Vinci)
En primer lugar, es importante ser reconocer que el sufrimiento es parte de esta vida. Llegamos al mundo con dolor: cuando éramos bebés, una de las primeras cosas que hicimos fue llorar. Y partiremos probablemente con dolor, como sucede a la mayor parte de las personas. Este ejemplo que nos podrá hacer ver que el sufrimiento es parte de la condición humana y que por tanto no es bueno ni malo, es la condición de estar vivos. En el cielo ya no habrá más dolor.
«No prometo hacerte feliz en esta vida sino en la otra»
Estas fueron las palabras que le dijo la Santísima Virgen en Lourdes a Santa Bernardita Soubirous. También Jesús nos dice: «Busquen primero el reino [de Dios] y su justicia, y lo demás lo recibirán por añadidura» (Mt 6, 33). Todos los santos tuvieron su mirada siempre en el cielo y no en esta vida que pasa. Es ese anhelo profundo del cielo, esa búsqueda del reinado de Dios que comienza en esta vida es lo que debemos tener fijo en la mirada en medio de este valle de lágrimas.
San Vicente de Paúl dice: «Se dice, pues, que hay que buscar el reino de Dios. «Buscad», no es más que una palabra, pero me parece que dice muchas cosas. Quiere decir… trabajar incesantemente para el reino de Dios y no permanecer en un estado flojo y parado, poner atención al interior para que esté bien regulado, pero no al exterior para divertirse… Buscar a Dios en vosotros, porque san Agustín confiesa que mientras le buscó fuera de él, no le encontró. Buscadle en vuestra alma que le es su agradable morada; es en ese fondo donde quedan establecidas todas las virtudes que sus siervos intentan practicar. La vida interior es necesaria, es preciso tender a ella; si la descuidamos, faltamos a todo… Busquemos ser personas de interioridad… Busquemos la gloria de Dios, busquemos el reino de Jesucristo…»
Providencia de Dios
San Juan Crisóstomo también nos exhorta: «Mirad cómo explica el Señor lo oscuro por lo claro. A la manera, nos viene a decir, como no podéis añadir a vuestro cuerpo, a fuerza de preocupación, la más mínima porción, así tampoco podéis reunir alimento, aunque vosotros lo penséis así. De donde resulta evidente que no es nuestro afán, sino la Providencia de Dios, la que lo hace todo aun en aquellas cosas que aparentemente realizamos nosotros. Así, si Él nos abandona, ni nuestra inquietud, ni nuestra preocupación, ni nuestro trabajo, ni cosa semejante servirán para nada, sino que todo se perderá irremediablemente».
No tenemos ningún crédito ni mérito en nuestra vida, no son nuestras obras las que nos salvarán. Es el Señor, Él es la salvación, Él es la Resurrección. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es «El que es» y nosotros no somos, sólo somos en Él. Es Él quien sostiene nuestra vida en cada instante. Nosotros somos tan solo siervos inútiles.
Obstáculos
Lo que debemos evitar son aquellos obstáculos que nosotros mismos ponemos a Dios y por los que no le permitimos obrar en nuestra vida. Es importante estar receptivos a sus dones así como quitar del medio lo que impide que los recibamos.
Uno de esos obstáculos puede ser la falta de confianza. En la medida en que confiamos cada vez más, más lugar le damos a la Providencia para actuar en nuestra vida. Pero si no le damos lugar, ¿cómo podremos ver su mediación en nuestra vida?
Hay una canción que dice: «Y deja que Dios sea Dios, tú sólo adórale».
«¡Te basta mi gracia!; la fuerza se realiza en la debilidad» (2Cor 12, 9)
«Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» dice el versículo siguiente. Cuando asumimos nuestra propia nada, nuestra debilidad, nuestra falta de fe, de esperanza y de caridad, y recurrimos a Dios, con humildad, reconociendo nuestra miseria, pidiendo su ayuda, le estamos dando la posibilidad de que nos colme con su gracia y con aquellos dones que necesitamos. Pero si en nuestro corazón no somos capaces de reconocer nuestra miseria, no estamos dejando que el Señor actúe en nuestra vida y venga en nuestra ayuda.
Consuelo
La vida de cada uno es única y lo que cada uno lleva en su corazón es un misterio que sólo Dios conoce y nadie más puede entender ni consolar, está fuera del alcance de los demás. Por eso San Francisco de Sales recomienda: «no es el consuelo lo que debemos buscar, sino al Consolador».
Es al Espíritu Santo a quien debemos invocar para que nos ilumine y santifique, para que guíe nuestros pasos en los momentos de mayor oscuridad. Es también el momento de invocar a María para que venga en nuestro auxilio en los momentos más difíciles y dejarnos llevar por ella.
«En la cancha se ven los pingos»
Es justamente en el sufrimiento donde se prueba nuestra fe. ¿Y qué significa esto de la “prueba” que tanto escuchamos? Para mi significa que todo aquello que creemos, que hemos aprendido a lo largo de la vida, se pone a prueba en el momento del sufrimiento, donde ciertamente debemos llevar a la práctica nuestra fe, bajarla a la tierra, vivirla en carne propia, en lo más hondo del corazón. Decir que sí una vez más, en medio del profundo dolor y de las lágrimas, porque el Señor nos hiere con su fuego y nos moldea.
José María Pemán dice en su poema “Resignación”:
«por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor…,
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!»
«No puedes encontrar paz escapándole a la vida» (Virginia Woolf)
En algún momento de mi vida tenía esa idea que todos quizás alguna vez tenemos… «Cuando se arregle esto o aquello, voy a estar en paz», «Cuando me sane, voy a tener paz» o cosas por el estilo. Eso es una falacia. Por empezar, porque es una forma de “escapar” a la realidad con ilusiones. Por otra parte, la paz no tiene nada que ver con una ausencia de dificultades o problemas, no es así. Esa paz es la paz que vende el mundo y no es la de Dios. La paz del Señor es una paz mucho más profunda y que se puede mantener en cualquier circunstancia, incluso en las tribulaciones. Y esa es la paz que el Maligno nos quiere sacar cuando estamos en gracia de Dios, nos quiere turbar. Por eso, la paz debemos buscarla aquí y ahora, en la circunstancia de la vida que Dios nos haya dado, con las dificultades que tenemos y que podemos vivirlas en paz si estamos en gracia de Dios, porque confiamos en Él y sabemos que no hay un lugar mejor donde estar, que Él mismo está obrando en nuestra vida en ese momento y no nos abandonará. El peligro es nuestro, si perdemos la paz, perdemos al Señor. «Dios no se muda» decía Santa Teresa de Jesús.
«Dar gracias a Dios»
Sabiendo que el Señor obra en nosotros a través de estas experiencias de dolor, que a veces pueden ser muy difíciles y oscuras, qué importante es dar gracias a Dios en esos momentos. Aunque no lo entendamos, aunque no sepamos hacia dónde nos está conduciendo el Señor, sabemos que cada instante es parte de su mediación en nuestras vidas para nuestra salvación. Entendiendo esto en nuestro corazón y en nuestra mente, podremos sonreír y dar gracias en esos momentos difíciles.
«Amar cada día más que ayer»
Cada día es una oportunidad para amar más que ayer, para crecer en el amor, para dar más, para ser mejor. En los momentos de sufrimiento este crecimiento es la clave. Estas experiencias de dolor que sufrimos son la enseñanza mayor que el Divino Maestro utiliza para darnos una oportunidad de amar más, de asemejarnos a Él, de hacernos más pobres de espíritu, más mansos, más humildes. Es en esos momentos en los que, si nos abandonamos en las manos de Dios, podremos crecer realmente, acercarnos más hacia la perfección, hacia nuestro fin último. Esta es nuestra escuela y mientras tengamos vida, es tiempo de gracia para aprovechar para seguir creciendo aceptando todo aquello que el Señor ponga en nuestras vidas. Cuando llegue el último instante de nuestra vida, ya no habrá tiempo para esto y nadie sabe en qué momento seremos llamados a dar examen. Por eso, este presente, con todo lo que él traiga, es lo único que tenemos.
Dios busca nuestra salvación más que nosotros mismos, Él nos amó primero y nos sigue amando en cada instante. Por tanto, lo único que nos resta hacer es ese «fiat» en cada momento, cada día, hasta el último suspiro y si Él nos lleva, no hay nada que temer.
Ciertamente todo esto que escribo en estas líneas son aquellas cosas que intento vivir en mi vida, si no fuera así no me tomaría este atrevimiento de escribirlas porque más allá de cualquier “teoría” lo importante es llevarlo a la propia vida, a la propia carne, a lo más profundo del corazón. Es ahí donde está la batalla espiritual. Y este combate será hasta el último suspiro.
Para terminar les dejo este poema de Hermann Traub:
Sólo quien ha visto
las oscuras nubes
puede mesurar
el azul del cielo.Sólo quien ha estado
a solas en la orilla
aprende a preguntar
dónde están los puentes.Sólo quien la soledad
ha respirado
puede deleitarse con la sonora turbulencia
del firmamento.Sólo quien ha atravesado
los silenciosos valles del sufrimiento
puede deleitarse
con las flores del desierto.
Que Dios nos de la gracia de vivir el dolor con alegría, con paciencia y humildad, amando la bendita Cruz que nos ha redimido y dando gracias por amarnos tanto de darnos la oportunidad de sufrir con Él, en Él y por Él.
Carolina de Jesús

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