«No hay camino más excelente que el del amor, pero por él sólo pueden transitar los humildes» (San Agustín)

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«La humildad es una virtud que condiciona la vida de oración. Sin ella, sencillamente, no existe oración. Según santa Teresa de Jesús, “humildad es la verdad”. El niño vive siempre en la verdad. Siempre que no se le pervierta con errores de educación más o menos graves, el niño es incapaz de mentir o de engañar. Esta es la cualidad más importante para que podamos entender las cosas del reino de Dios. Cristo repitió dos o tres veces que si no nos convertimos y nos hacemos como niños no entraremos en el reino de los cielos.

Humilde es aquel que se considera, se presenta y se expresa tal como es. Tiene los dos aspectos más palpables de la realidad humana: su clara e insuperable limitación frente a sus naturales ambiciones y la inmensa grandeza y bondad de Dios. La consecuencia de nuestra pequeñez e insuficiencia, colocada frente al trascendente poder y amor de Dios, nos lleva a confiar ciegamente en nuestro Creador y Padre. Si existimos es únicamente porque el poder de Dios altísimo nos sustenta.

Este conocimiento y la respectiva actitud interna forman parte de una auténtica vida de oración contemplativa. La actitud de humildad constituye el clima propicio para la vida de oración. Así, cuando una persona crece más en el amor de Dios y en la unión con él, tanto menos vive los sentimientos de humildad, ya que éstos son paulatinamente sustituidos por los de la sencillez y la confianza.

Humildad supone una cierta connotación de respeto y de temor. En la medida en que la persona contemplativa se acerca a Dios, le conoce mejor y poco a poco pierde todos sus recelos. Acaba arrojándose en los brazos de Dios con entera confianza y gran sencillez de corazón.» (Pedro Flinker)

«El cimiento de la oración va fundado en la humildad, y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios.» (Santa Teresa de Jesús)

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