El Señor lo ha creado todo y ha dicho que lo que ha creado es bueno. ¿Por qué existe el mal?
Así es: buenísimo. El Señor ha creado todo, todo lo ha creado bien y ha creado a las personas, a los seres inteligentes: primero a los ángeles y después a los hombres, para la gloria del paraíso, para la gloria del cielo. Para gozar de él. Pero quiso que los seres inteligentes, los ángeles y después los hombres, amaran a Dios no por obligación sino voluntariamente. Quiso que el ángel y el hombre fuesen seres libres. Aceptó ser rechazado por el ángel y por el hombre, si bien él los había colmado de favores. Al ángel lo creó de inmediato inteligentísimo, esplendoroso, puro espíritu.
Por naturaleza, el ángel es superior al hombre. Hay también un salmo que dice: «Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor» (Sal 8, 6). Estas son, según creo, las cosas que cambiaron cuando Jesús se hizo hombre. Creo que ahora ya no se puede decir que el ángel es superior al hombre. Creo que ya no se puede decir eso. Son dos naturalezas distintas.
El ángel, espíritu puro, inteligentísimo, esplendoroso, feliz: esta era la condición del ángel. Pero Dios quiso que también el ángel lo reconociese como su creador, reconociese que lo había recibido todo de él: ante todo, la existencia; después, la inteligencia, la belleza, la destinación al paraíso. Dios quiso que, en compensación, el ángel reconociese haber recibido todo de Dios.
El ángel fue sometido a esta prueba. No sabemos exactamente cuál fue la prueba. Sabemos con certeza que fue una prueba de soberbia: que el ángel se ensoberbeció al verse tan inteligente, tan bello, tan libre. Así es: Dios lo creó libre de inmediato, y el ángel quiso utilizar la libertad para demostrar su independencia de Dios.
Esta misma suposición la recibimos también a través del nombre de Miguel, el principal de los arcángeles, que tomó por nombre: «¿Quién como Dios?». Por tanto, está justamente en contraposición a Satanás, que había tomado por nombre: «Soy como Dios». Quería ser como Dios, igual a Dios, independiente de Dios.
Esta es la razón por la cual el ángel fue precipitado al infierno, o sea, de su estado de felicidad, de esplendor, de belleza, de alegría, de amor a Dios, pasó a ser el enemigo de Dios, aquel que odia a Dios con un odio insuprimible. Tanto que, cuando vio que Dios había creado al hombre y había dado al hombre el libre albedrío, la libertad, la destinación al paraíso, por odio a Dios quiso enseguida que el hombre no alcanzara el plano de Dios, sino que fuese con él al infierno: ¡infierno creado por Satanás! Dios no creó nada que sea malo. El infierno no estaba previsto en el plan de la creación.
Dios no nos había siguiera pensado –nos decía un diablo durante un exorcismo–: «Dios no nos había siguiera pensado. El infierno lo hemos creado nosotros (los demonios)». O sea, crearon un estado de vida. Sabemos poco de ello, pero es un estado de vida alejado de Dios, contrario a Dios, sin la visión de Dios y en odio hacia Dios.
En el infierno –por lo que podemos saber a través de las confesiones que nos llegan o bien de las visiones de los santos, o de los exorcismos– se blasfema continuamente a Dios. ¡Continuamente! Es el lugar donde se odia a Dios y donde los que lo habitan se odian también entre ellos. Un odio tremendo: podría dar muchas pruebas de ello. (…)
La caída de los ángeles hizo que, cuando Dios creó al hombre, existiera ya un enemigo de Dios dispuesto a alejar al hombre de Dios. He ahí la primera caída. Dios creó al hombre en el jardín del Edén: lo creó feliz, en contacto continuo con él; lo creó inmortal, porque había dado al hombre el don especial de la inmortalidad. Un don particular pues, de por sí, el hombre creado como alma y cuerpo habría tenido una muerte natural por parte del cuerpo. Pero Dios lo había creado con el don de la inmortalidad. Es por eso que dice: «Si me desobedecéis –el árbol del bien y del mal es un lenguaje simbólico, es un claro lenguaje simbólico–, si me desobedecéis y coméis de ese fruto, moriréis. Si no, no moriréis, seréis inmortales».
Así pues, una vez que el hombre había sido creado feliz en el paraíso terrenal con la perspectiva del paraíso eterno, Dios sometió también al hombre a una prueba de fidelidad a él.
Hoy vivimos en un mundo en el que está clarísimo, clarísimo, que la diferencia entre quien cree y quien no cree es la diferencia entre quien cree en Dios y es fiel a Dios y quien no cree en Dios y no es fiel a Dios. (…)
Lamentablemente, hoy a muchas familias el sueldo del padre no les alcanza para vivir. (…) Entonces, también la mujer se ve obligada a trabajar; si no, la familia no tiene qué comer. Y los hijos, en lugar de recibir la formación del padre, de la madre, de la parroquia, hoy en Italia y en todas las naciones que eran católicas, reciben su instrucción del televisor y de Internet. Los dos instrumentos de formación de la juventud de hoy son Internet –uno con Internet posee el mundo– y la televisión.
Esta es la razón por la que tenemos este descenso de la fe, este derrumbe, derrumbe de la fe por el cual la cultura considera que la razón y la ciencia son suficientes: no hay necesidad de Dios. He aquí el gran contraste. De nuevo el contraste: acepto a Dios como creador, del que recibí todo, o lo rechazo y digo que me basto a mí mismo. También hoy el problema es este. Era el mismo problema en el tiempo de los ángeles, cuando se rebelaron y cuando se produjo la rebelión de Adán y Eva. El mismo problema existe también hoy, porque el demonio no ha dejado nunca de actuar. Se lo he dicho varias veces al demonio, y me dio la razón: eres monótono y utilizas siempre el mismo sistema.
El método del demonio es este:
[En primer lugar, persuade de que] lo que Dios dice no es verdad.
–¿Por qué no coméis del fruto? [dijo el demonio a Eva].
–Porque Dios nos ha dicho que, si comemos de él, moriremos.
–¡No es verdad! –[responde el demonio]. ¡Dios es un mentiroso! No es verdad, no moriréis.
Segunda táctica:
–«Más aún: seréis semejantes a él, porque comprenderéis el bien y el mal».
O sea, el demonio niega [en primer lugar] las verdades reveladas por Dios.
–¡No es pecado! ¡Pero qué decís: el divorcio, el aborto, no son pecado! Más aún: son un signo de progreso. Un signo de civilización, un signo de civilización. (…)
Estas son las tres grandes leyes del satanismo, que están difundidas en el mundo entero, desde siempre pero también están codificadas, tanto en la Biblia de Satanás como en lo que escribió Crowley sobre el diablo:
- Haz todo lo que quieras;
- no debes obedecer a nadie;
- tú eres el dios de ti mismo.
Estos son los tres grandes principios del satanismo. Y hoy el satanismo está muy difundido. Esa es la razón por la cual se piden tantos exorcismos: no eran tantos cuando yo era niño. Porque la gente se da al satanismo, se da al ocultismo –magos, tarotistas–, se da a los falsos videntes.
¡Uy! ¡En Italia! Hay tantos hombres y mujeres que dicen hablar con los difuntos, que dicen hablar con el Señor, con la Virgen, y son solo tramposos, falsos profetas, falsos profetas.
Pero todo depende siempre de ese único principio; o acepto a Dios que me ha dado todo, que es el creador de todo, al que debo todo; o rechazo a Dios y digo que las cosas me las he hecho yo solo.
Padre Amorth
Mi encuentro con el diablo
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El Señor lo ha creado todo y ha dicho que lo que ha creado es bueno. ¿Por qué existe el mal?
Así es: buenísimo. El Señor ha creado todo, todo lo ha creado bien y ha creado a las personas, a los seres inteligentes: primero a los ángeles y después a los hombres, para la gloria del paraíso, para la gloria del cielo. Para gozar de él. Pero quiso que los seres inteligentes, los ángeles y después los hombres, amaran a Dios no por obligación sino voluntariamente. Quiso que el ángel y el hombre fuesen seres libres. Aceptó ser rechazado por el ángel y por el hombre, si bien él los había colmado de favores. Al ángel lo creó de inmediato inteligentísimo, esplendoroso, puro espíritu.
Por naturaleza, el ángel es superior al hombre. Hay también un salmo que dice: «Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor» (Sal 8, 6). Estas son, según creo, las cosas que cambiaron cuando Jesús se hizo hombre. Creo que ahora ya no se puede decir que el ángel es superior al hombre. Creo que ya no se puede decir eso. Son dos naturalezas distintas.
El ángel, espíritu puro, inteligentísimo, esplendoroso, feliz: esta era la condición del ángel. Pero Dios quiso que también el ángel lo reconociese como su creador, reconociese que lo había recibido todo de él: ante todo, la existencia; después, la inteligencia, la belleza, la destinación al paraíso. Dios quiso que, en compensación, el ángel reconociese haber recibido todo de Dios.
El ángel fue sometido a esta prueba. No sabemos exactamente cuál fue la prueba. Sabemos con certeza que fue una prueba de soberbia: que el ángel se ensoberbeció al verse tan inteligente, tan bello, tan libre. Así es: Dios lo creó libre de inmediato, y el ángel quiso utilizar la libertad para demostrar su independencia de Dios.
Esta misma suposición la recibimos también a través del nombre de Miguel, el principal de los arcángeles, que tomó por nombre: «¿Quién como Dios?». Por tanto, está justamente en contraposición a Satanás, que había tomado por nombre: «Soy como Dios». Quería ser como Dios, igual a Dios, independiente de Dios.
Esta es la razón por la cual el ángel fue precipitado al infierno, o sea, de su estado de felicidad, de esplendor, de belleza, de alegría, de amor a Dios, pasó a ser el enemigo de Dios, aquel que odia a Dios con un odio insuprimible. Tanto que, cuando vio que Dios había creado al hombre y había dado al hombre el libre albedrío, la libertad, la destinación al paraíso, por odio a Dios quiso enseguida que el hombre no alcanzara el plano de Dios, sino que fuese con él al infierno: ¡infierno creado por Satanás! Dios no creó nada que sea malo. El infierno no estaba previsto en el plan de la creación.
Dios no nos había siguiera pensado –nos decía un diablo durante un exorcismo–: «Dios no nos había siguiera pensado. El infierno lo hemos creado nosotros (los demonios)». O sea, crearon un estado de vida. Sabemos poco de ello, pero es un estado de vida alejado de Dios, contrario a Dios, sin la visión de Dios y en odio hacia Dios.
En el infierno –por lo que podemos saber a través de las confesiones que nos llegan o bien de las visiones de los santos, o de los exorcismos– se blasfema continuamente a Dios. ¡Continuamente! Es el lugar donde se odia a Dios y donde los que lo habitan se odian también entre ellos. Un odio tremendo: podría dar muchas pruebas de ello. (…)
La caída de los ángeles hizo que, cuando Dios creó al hombre, existiera ya un enemigo de Dios dispuesto a alejar al hombre de Dios. He ahí la primera caída. Dios creó al hombre en el jardín del Edén: lo creó feliz, en contacto continuo con él; lo creó inmortal, porque había dado al hombre el don especial de la inmortalidad. Un don particular pues, de por sí, el hombre creado como alma y cuerpo habría tenido una muerte natural por parte del cuerpo. Pero Dios lo había creado con el don de la inmortalidad. Es por eso que dice: «Si me desobedecéis –el árbol del bien y del mal es un lenguaje simbólico, es un claro lenguaje simbólico–, si me desobedecéis y coméis de ese fruto, moriréis. Si no, no moriréis, seréis inmortales».
Así pues, una vez que el hombre había sido creado feliz en el paraíso terrenal con la perspectiva del paraíso eterno, Dios sometió también al hombre a una prueba de fidelidad a él.
Hoy vivimos en un mundo en el que está clarísimo, clarísimo, que la diferencia entre quien cree y quien no cree es la diferencia entre quien cree en Dios y es fiel a Dios y quien no cree en Dios y no es fiel a Dios. (…)
Lamentablemente, hoy a muchas familias el sueldo del padre no les alcanza para vivir. (…) Entonces, también la mujer se ve obligada a trabajar; si no, la familia no tiene qué comer. Y los hijos, en lugar de recibir la formación del padre, de la madre, de la parroquia, hoy en Italia y en todas las naciones que eran católicas, reciben su instrucción del televisor y de Internet. Los dos instrumentos de formación de la juventud de hoy son Internet –uno con Internet posee el mundo– y la televisión.
Esta es la razón por la que tenemos este descenso de la fe, este derrumbe, derrumbe de la fe por el cual la cultura considera que la razón y la ciencia son suficientes: no hay necesidad de Dios. He aquí el gran contraste. De nuevo el contraste: acepto a Dios como creador, del que recibí todo, o lo rechazo y digo que me basto a mí mismo. También hoy el problema es este. Era el mismo problema en el tiempo de los ángeles, cuando se rebelaron y cuando se produjo la rebelión de Adán y Eva. El mismo problema existe también hoy, porque el demonio no ha dejado nunca de actuar. Se lo he dicho varias veces al demonio, y me dio la razón: eres monótono y utilizas siempre el mismo sistema.
El método del demonio es este:
[En primer lugar, persuade de que] lo que Dios dice no es verdad.
–¿Por qué no coméis del fruto? [dijo el demonio a Eva].
–Porque Dios nos ha dicho que, si comemos de él, moriremos.
–¡No es verdad! –[responde el demonio]. ¡Dios es un mentiroso! No es verdad, no moriréis.
Segunda táctica:
–«Más aún: seréis semejantes a él, porque comprenderéis el bien y el mal».
O sea, el demonio niega [en primer lugar] las verdades reveladas por Dios.
–¡No es pecado! ¡Pero qué decís: el divorcio, el aborto, no son pecado! Más aún: son un signo de progreso. Un signo de civilización, un signo de civilización. (…)
Estas son las tres grandes leyes del satanismo, que están difundidas en el mundo entero, desde siempre pero también están codificadas, tanto en la Biblia de Satanás como en lo que escribió Crowley sobre el diablo:
Estos son los tres grandes principios del satanismo. Y hoy el satanismo está muy difundido. Esa es la razón por la cual se piden tantos exorcismos: no eran tantos cuando yo era niño. Porque la gente se da al satanismo, se da al ocultismo –magos, tarotistas–, se da a los falsos videntes.
¡Uy! ¡En Italia! Hay tantos hombres y mujeres que dicen hablar con los difuntos, que dicen hablar con el Señor, con la Virgen, y son solo tramposos, falsos profetas, falsos profetas.
Pero todo depende siempre de ese único principio; o acepto a Dios que me ha dado todo, que es el creador de todo, al que debo todo; o rechazo a Dios y digo que las cosas me las he hecho yo solo.
Padre Amorth
Mi encuentro con el diablo
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