Recuerden, almas predestinadas, esclavas de Jesús en María, que el avemaría es la más hermosa de todas las oraciones después del padrenuestro.
El avemaría es el perfecto cumplido que pueden dirigir a María. Es, en efecto, el saludo que el Altísimo le envió, por medio de un arcángel, para conquistar su corazón, y fue tan poderoso –dados sus secretos encantos– sobre el corazón de María, que, no obstante su profunda humildad, Ella dio su consentimiento a la encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente recitado, también ustedes conquistarán infaliblemente su corazón. (…)
Ha sido necesario que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos –como Santo Domingo, San Juan de Capistrano o el Beato Alano de la Rupe– para manifestarles por si misma el valor del avemaría. Ellos escribieron libros enteros sobre las maravillas y eficacia de esta oración para convertir las almas. Proclamaron a voces y predicaron públicamente que, habiendo comenzado la salvación del mundo por el avemaría, a esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de la vida, y que, por tanto, esta oración, bien rezada, hará germinar en nuestras almas la Palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el avemaría es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerle producir fruto en tiempo oportuno, y que un alma que no es regada por esta oración celestial no produce fruto, sino malezas y espinas y está muy cerca de recibir la maldición.
San Luis María Grignion de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, 249, 252
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