San José Gabriel del Rosario Brochero

San José Gabriel del Rosario Brochero

El cuidado de los pobres y desvalidos fue una de sus preocupaciones constantes. Hasta los últimos años de su vida mantuvo viva esta exquisita caridad. En 1911, dispensado por razones de salud de la carga pastoral (el avance de la lepra), fue invitado por su hermana Aurora a vivir en su casa, en la misma Villa, en actualidad “Museo Cura Brochero”.

Para él también llegó la hora de la suprema pobreza: la hora del abandono, al punto de poder decir como Jesús: «¿Padre porque me has abandonado?». Brochero poseía un temperamento atlético, extrovertido, dinámico, emprendedor. Siempre había trabajado para los demás. Hombre conocido, estimado, de fama, honrado, cuya influencia se había hecho sentir incluso en las esferas de gobierno, no obstante su rudeza. Pero en los últimos momentos de su vida se siente un hombre abandonado.

Y muere en dolorosa soledad. ¿Por qué? No por causa de la mal- dad y del olvido humano, pues era muy querido por sus fieles y por aquellos a quienes había beneficiado. Si no a raíz de una grave enfermedad que el médico diagnosticó tempranamente como lepra y que contrajo en sus viajes apostólicos por la sierra. Muere víctima del celo por las almas.

A medida que transcurre el tiempo los sufrimientos se intensifican, tanto los físicos como los morales. Respecto a éstos últimos, tiene que aceptar indiferencias, abandonos y cuestionamientos sobre las obras realizadas. Brochero recuerda estas amarguras en carta a una persona de su confianza: «Ciertos amigos íntimos –escribe- me han dado con la espalda, por no decir con las patas».

Paulatinamente pierde la vista, causa de intento sufrimiento para un hombre dinámico, que se desplazaba de un lugar para otro para poder llegar con su presencia ministerial a todos los que reclamaran su presencia. Pero él se encarga de dar las razones de tal prueba: «Yo estoy conforme con lo que Dios ha hecho conmigo relativamente a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo pude servir a la humanidad, me conservó íntegros y robustos mis sentidos y potencias. Hoy que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo».

No se puede comprender la hondura de esta prueba, la profundidad de este dolor y el heroísmo de su paciencia, si no se tiene en cuenta que era un hombre de contextura robusta, inquieto, que consideraba no poder estar impedido o enfermo en razón de las exigencias del ministerio pastoral. En el siguiente fragmento de una carta enviada a su amigo Juan Martín Yáñiz, obispo de Santiago del Estero, el 28 de octubre de 1913, podemos percibir magníficamente su estado de ánimo:

«Recordarás que yo solía decir de mismo que iba a ser tan enérgico siempre, como el caballo chesche [caballo de pelaje blanco con manchas coloradas o rosadas] que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios nuestro Señor es y era quien vivifica y mortifica, y a unos da las energías físicas y morales a otros las quita… Yo estoy ciego casi al remate, apenas distingo la luz del día y no puedo verme mis manos. A más estoy así sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y desde las rodillas hasta los pies, y así otra persona tiene que vestirme o prenderme la ropa. La Misa la digo de memoria y es aquella de la Virgen cuyo Evangelio es: Extollens quadam mulier de turba”[Una mujer de la multitud exclamó, feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron…]. Para partir la Hostia consagrada y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la forma la he tomado bien para que se parta por donde la he señalado y que la hijuela cuadrada esté en el centro del corporal para poderlo doblar. Me cuesta mucho hincarme y muchísimo más el levantarme… Ya vez el estado en que ha quedado el chesche, el enérgico y el brioso.

Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la pasiva, quiero decir, que Dios me da la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo. No ha hecho así contigo Dios nuestro Señor que te ha cargado con el enorme peso de la mitra hasta que te saque de este mundo, porque te ha considerado más hombre que yo, por no decirte en tu cara que has sido y sos más virtuoso que yo. Me ha movido a escribirte tal cual ésta, porque tres veces he soñado que he estado en funciones religiosas junto contigo, y también porque el 4 del entrante enteramos 47 años a que nos eligió Dios para príncipes de su corte, de lo cual le doy siempre gracias a Dios, y no dejo ni dejaré aquellas cortitas oraciones que he hecho a Dios a fin de que nos veamos juntos en el grupo de los apóstoles en la metrópoli celestial».

El 26 de enero de 1914 entregó su alma al Señor. Y aquel celoso y buen pastor de Traslasierra conservó inquebrantable la fe en Jesucristo y en su presencia eucarística hasta el último momento, con la misma solidez de las serranías de su curato.

Juan Guillermo Durán
Facultad de Teología – UCA

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