Edith Stein Navidad

El discípulo que Jesús amaba

El Redentor tampoco quiere extrañar en el pesebre al discípulo que le fue particularmente fiel durante su vida, al «discípulo que Jesús amaba». Nosotros le conocemos bajo la imagen de la pureza virginal. Él agradó al Señor precisamente porque era puro. Él reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y allí fue iniciado en los misterios del corazón divino. De la misma manera que el Padre dio testimonio de su Hijo cuando dijo: «Éste es mi Hijo muy amado, oídle», así parece señalarnos el Niño divino a su discípulo amado y decirnos: No hay incienso que me sea más agradable que la entrega de un corazón puro. Escuchad a aquel que pudo ver a Dios porque tenía un corazón puro.

Nadie pudo contemplar más profundamente que él los abismos escondidos de la vida divina. Por eso proclama él solemnemente (…) el misterio del eterno nacimiento del Verbo divino. Él vivió las luchas del Señor tan de cerca como sólo lo puede hacer un alma que ama. Él nos mostró al Buen Pastor que va detrás de las ovejas perdidas. De él podemos aprender cuán preciadas son para el corazón divino las almas de los hombres, y, además, que la mayor alegría que podemos depararle es que nos entreguemos voluntariamente a Él, como sus instrumentos en el camino del rebaño. Él ha guardado cuidadosamente y nos ha transmitido numerosos testimonios en los cuales el Redentor confesó su divinidad, frente a amigos y enemigos. Él abrió el relicario del corazón divino en la reproducción de los discursos de despedida del Señor y de su oración sacerdotal. Por su intercesión sabemos qué parte nos corresponde en la vida de Cristo –como sarmientos injertados en la vida divina– y del Dios Trinitario.

Él pudo contemplar, todavía en vida, al Dios hecho Hombre como juez del mundo, para dibujarnos luego los grandiosos enigmas de las misteriosas profecías apocalípticas en ese libro que, como ningún otro, nos enseña a comprender las turbulencias de nuestro tiempo como una parte de la gran batalla entre Cristo y el Anticristo. Un libro de inexorable seriedad y consoladora promesa. La presencia de San Juan junto al pesebre nos dice: Mirad lo que se concede a quienes se entregan a Dios con corazón puro. Ellos van a participar de la total e inacabable plenitud de la vida humano-divina de Cristo como don real. Venid y bebed de la fuente de agua viva que el Salvador abre a los sedientos que caminan a la vida eterna. La Palabra se hizo carne y yace ante nosotros bajo la forma de un pequeño Niño recién nacido.

Edith Stein
En torno al pesebre de Belén, 6.1.1941

SENTIRSE AMADO

Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del Espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a sentirnos los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: «Mi alma está inquieta hasta reposar en ti, Dios mío», definen bien este itinerario.

Sé que el hecho de estar a la constante búsqueda de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de algún modo, he encontrado ya.

H. J. M. Nouwen
Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular

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