En 1986, el Papa llegó hasta la casa de Santa Teresa ubicado en el corazón de los barrios pobres de Calcuta.
Tras la llegada del Santo Padre al lugar, la santa subió al papamóvil blanco y besó su anillo, conocido como el anillo del pescador. Luego el Pontífice besó su frente, un saludo que intercambiaban cada vez que se encontraban.
Después de un cálido «hola», Santa Teresa de Calcuta llevó a San Juan Pablo II a su hogar llamado Nirmal Hriday (Sagrado Corazón), que era un hospicio para enfermos, indigentes y moribundos, que fundó en la década de 1950.
El registro fotográfico de la visita muestra a Santa Teresa de Calcuta llevando a San Juan Pablo II de la mano a varias locaciones del hospicio mientras se detenía a abrazar, bendecir y saludar a los pacientes. También, bendijo cuatro cadáveres, entre ellos el de un niño.
De acuerdo a lo informado por la BBC, el Santo Padre estaba «visiblemente emocionado» durante el recorrido mientras ayudaba a las hermanas a alimentar y cuidar a enfermos y moribundos. En algunos momentos, San Juan Pablo II estuvo tan sorprendido que no tenía palabras para responder a la Madre Teresa.
El entonces Obispo de Roma dio un breve discurso fuera del hospicio, y llamó al hogar Nirmal Hriday «un lugar que da testimonio de la primacía del amor».
«Cuando Jesucristo enseñaba a sus discípulos cómo podían mostrar su amor por Él, les dijo: “De cierto os digo que cuanto hicisteis a uno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí”. A través de la Madre Teresa y las Misioneras de la Caridad, y través de muchos otros que han servido aquí, Jesús ha amado profundamente a las personas que la sociedad considera a menudo “el más pequeño de nuestros hermanos”», comentó.
«Nirmal Hriday proclama la profunda dignidad de toda persona humana. Es testimonio de la certeza de que el valor de un ser humano no se mide por su utilidad, con la salud o la enfermedad, con la edad, credo o raza. Nuestra dignidad humana viene de Dios nuestro creador, a cuya imagen fuimos creados. Ninguna privación o sufrimiento puede quitarnos esa dignidad, porque siempre somos valiosos a los ojos del Señor», añadió el Sumo Pontífice.
Después de su discurso, el Santo Padre saludó a la multitud reunida, e hizo una parada especial para saludar a las sonrientes y cantoras hermanas Misioneras de la Caridad.
Además de describir aquella visita como «el día más feliz de mi vida», Santa Teresa de Calcuta afirmó que «es una cosa maravillosa para el pueblo, porque su contacto es el contacto mismo de Cristo».
Ambos santos siguieron siendo amigos cercanos y se visitaron varias veces a lo largo de los años.
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