José el hesicasta

Sobre la paciencia y la resistencia

Dios siempre ayuda. Él siempre llega a tiempo, pero es necesaria la paciencia.

Ven, mi querida y amada hermana. Ven y consolaré tu dolor una vez más. Ven y bendeciremos a Dios con la dulce voz de nuestro corazón, entonada con nuestra boca, y resonando en nuestro “nous”, diciendo: «Bendice al Señor, alma mía, y todo cuanto hay en mí, bendiga su santo nombre» (Salmos 102,1).

¿Ves cuánto nos ama el Señor? ¿Ves cuán afortunados somos, tan ingratos como somos, por todo lo que su bondad nos concede cada día? Pero el tiempo de la verdadera cosecha aún nos espera, aquel bendito momento en el que lo dejaremos aquí todo y partiremos hacia la otra patria, la verdadera, la vida bendita, el gozo verdadero, para que cada uno de nosotros reciba la porción que el munificente y dulce Jesús le dé.

¡Oh, gozo! ¡Oh gratitud! ¡Oh amor del padre celestial! Nos limpia de toda contaminación, nos honra, nos enriquece, concediéndonos sus riquezas! Allí, mi querida hermana, no hay gente astuta que nos perjudique. La envidia y los celos habrán desaparecido. Allí no hay pasiones en absoluto; los que las tienen han permanecido en el otro lado del puente. Pues se ha dispuesto un gran abismo entre aquí y allí. (cf. Lucas 16,26).

Pero, ¡oh dulce amor de Cristo!, ¿qué bien viste en nosotros para que nos condujeras hacia tu divino camino?

Así que regocíjate y exulta de gozo, mi amada hermana. Da gracias y glorifica a Dios, y observa, pues el tiempo se acerca. El tiempo vendrá pronto para nosotros, cuando escuchemos la bendita voz: «Venid a Mí» (Mateo 11,28). Tan pronto se cierren estos ojos corporales, los ojos noéticos del alma se abrirán. Entonces, como de un sueño, despertaremos a la otra vida. Entonces verás a tus padres, hermanos, familiares. Entonces verás a los ángeles, los santos, y la bendita Madre de todos, la purísima Theotokos, a quien hemos llamado en todo momento, y a quién, después de Dios, se lo debemos todo. Entonces, ¿con quién hablaremos primero, quién nos besará primero, a quién besaremos? Con toda pureza, con toda modestia, con toda santidad, podremos hacerlo con todos. Así que, esperando tales bendiciones, ¿no resistiremos aquí todo el dolor de esta vida presente?

Por lo tanto, mi amada hermana, haz una revisión de tu vida. Examina cómo has pasado tu vida. Recuerda los innumerables beneficios de nuestro Salvador Jesucristo y a su dulce Madre, y se paciente en las tentaciones que vienen.

Dios nos ayuda siempre. Él siempre llega a tiempo, pero es necesaria la paciencia. Nos escucha inmediatamente cuando le clamamos, pero no según nuestra forma de pensar.

Piensas que tu voz no llega inmediatamente a los santos, a nuestra Panagia, y a Cristo. Por el contrario, incluso antes de que clamaras, los santos acudieron en tu ayuda, sabiendo que les clamarías y que buscarías su divina protección. Sin embargo, puesto que no ves más allá de lo que es aparente y no conoces cómo gobierna Dios el mundo, quieres que tu petición sea cumplida como un rayo. Pero así no son las cosas. El Señor quiere paciencia. Quiere que muestres tu fe. No puedes rezar como un loro. También es necesario ser paciente con aquello que se pide, y entonces aprender a esperar. Ves que lo que anhelaste en el pasado finalmente sucedió. Sin embargo, te afectaste porque no tuviste la paciencia para esperar, en cuyo caso habrías obtenido lo uno y lo otro: tanto lo temporal como lo eterno.

Ahora estás enfadada, temerosa y triste, pensando que el Padre celestial es lento en responder. Pero te digo que esto también sucederá como deseas (sucederá definitivamente) pero primero se necesita la oración con toda tu alma, y entonces deberás esperar. Y cuando olvides tu petición y dejes de pedir por esto, te vendrá como recompensa a tu paciencia y resistencia. Cuando llegues al borde de la desesperación mientras estés rezando y buscando, entonces estará cerca el cumplimiento de tu petición. Cristo quiere sanar las pasiones que se escondan en ti, y por eso retrasa el concederte tu petición. Si lo obtienes pronto, cuando lo pides, tus pasiones permanecen sin curar en tu interior. Si esperas, obtendrás su petición y la curación de las pasiones. Y entonces te regocijarás sobremanera y cálidamente darás gracias a Dios que lo dispone todo con sabiduría y lo hace todo para nuestro beneficio.

Así pues, no hay pérdida en el corazón, ni lugar para enojos, ni quejas. Debes cerrar tu boca. Que nadie perciba que estás perturbada. No te enfurezcas con ira, agotando así tu cuerpo, sino cálmate. Abrasa al maligno mediante la paciencia y la tolerancia.

El Señor, que destruye a todo el que dice mentiras, es testigo de que me he beneficiado grandemente por el consejo que te estoy dando. Las tentaciones que tuve fueron suficientemente fuertes como para hacer que pienses que tu alma parta a causa de la pena, como de un horno llameante. Sin embargo, una vez que la prueba ha terminado, viene tanto consuelo que sientes como si estuvieras en el paraíso sin un cuerpo. Entonces Cristo te ama, nuestra Panagia te ama, los santos te alaban, y los ángeles te admiran.

¿Ves cuántas cosas buenas causan las tentaciones y las aflicciones? Por eso, si también quieres ver, y probar el amor de Dios, soporta lo que venga sobre ti, no aquello que te guste, sino aquello con lo que el Señor quiere probarte. Lo que soportamos no es nada absolutamente en comparación con las pruebas que el Señor nos envía contra nuestra voluntad. El hostil maligno lucha contra nosotros, hueso contra hueso y sangre por sangre, tanto como Dios lo permite. Lucha tanto que se funde y fluye como la cera ante el fuego (cf. Salmos 67,2). Pero cuando pasa la prueba, estás totalmente lleno de gozo. Te rodeas con la extraordinaria luz divina y contemplas misterios que la lengua humana es incapaz de expresar. Y en adelante tienes sed de más tentaciones, cuando hayan de venir, pues ya has aprendido cuán saludables son.

Este es verdaderamente el camino, hermana, y el único escrito que te da testimonio de la verdad por su propia experiencia. Por eso, sé valiente y fuerte en el Señor, resistiendo todo lo que te suceda, esperando, junto con la tristeza, la paz y la gracia de Dios. Sé fuerte y da valor a tu alma, considerando que los débiles y los incapaces no entran en estas buenas cosas. Cristo permite las tentaciones para que podamos ser purificados de nuestras predisposiciones. Las tentaciones son como el jabón y una maza, que nos limpia y nos golpea. Toda la ropa que esté limpia, será útil para el Novio. Y los que no sufren por la maza son desgarrados y lanzados a la basura.

Así, ejercitémonos aquí un poco, porque el tiempo está cerca. Guarda las cartas que te envío, para que las tengas cuando las aflicciones te turben, ya que me parece que pronto te dejaré. Cuanto más pasa el tiempo, más seriamente enfermo estoy. Ahora soy como un paralítico.

Postdata: No tengo tiempo de escribirte sobre el milagro que el Señor me mostró para corregir un error que estaba cometiendo por ignorancia, como sabes. Así, ¿ves la gran bondad de nuestro Señor? ¿Ves que incluso obra milagros cuando su divina providencia lo considera adecuado? Muchas veces, una persona es engañada, o por ignorancia, o porque otros le engañan. Pero cuando tiene un alma recta y buenas intenciones, el Señor no le abandona, sino que le concede la iluminación de formas diferentes. Esto me hace sentir como una basura, como cenizas, un gusano de tierra.

Verdaderamente, la misericordia del Señor es grande. El salmista dice justamente: «No está siempre acusando, ni guarda rencor para siempre» (Salmos 102,9).

Así que, ¿por qué no darle gracias a Dios? ¿Por qué quejarse? Si tuviera que escribirte las tentaciones a las que me someto, no sería capaz de soportarlo. Sin embargo, la gracia de Cristo y nuestra Panagia las disipa todas. Ten paciencia, pues la Theotokos, la Reina y señora de todo, no nos abandona. Ella reza por nosotros.

Geronta José el hesicasta, Carta cuadragésima

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