San Silouan el Athónita

¡Oh Humildad de Cristo!

¿Qué cosa más grande podría buscar el alma en la tierra? ¿Qué podría haber allí de grande y admirable? ¡Súbitamente el alma conoce a su Creador y su Amor! Contempla al Señor, ve cuán dulce y humilde es y no desea más que adquirir la humildad de Cristo. En tanto peregrina aquí abajo, ella no puede olvidar esa humildad inconcebible.

Señor, concede a todos los pueblos la virtud de tu gracia para que te conozcan en el Espíritu Santo y te alaben en la alegría, pues incluso a mí, impuro y miserable, Tu has otorgado el gozo de desearte. También mi alma arde de un amor inextinguible hacia Ti, día y noche.

Quien no ama a sus enemigos no gustará la dulzura del Espíritu Santo. Es el Señor mismo quien nos enseña a amar a nuestros enemigos, a sentir y a compartir con ellos como si fuesen nuestros propios hijos.

El Espíritu Santo es Amor y este amor llena las almas de los santos ciudadanos del Cielo. En Él, desde el cielo contemplan la tierra, escuchan nuestras oraciones y las llevan hasta Dios.

El Señor permite que numerosas cosas permanezcan ocultas para nosotros en este mundo, y esto quiere decir que ellas no nos son necesarias. Pero el Creador del cielo y de la tierra nos concede reconocerlo en el Espíritu Santo y, en Él, a los ángeles y a los bienaventurados. Así nuestro corazón arde de amor por Él.

Ellos se compadecen de los hombres que no conocen a Dios. Estos no ven la Luz eterna y después de la muerte se hundirán en las tinieblas eternas. Pero el cristiano, por la fe, conoce la Luz, porque el Espíritu Santo ha revelado a los santos las cosas del cielo y del infierno.

Para poder orar puramente, tu debes ser humilde y tierno y confesar tus pecados con un corazón sincero. Debes estar contento de todo, obedece a tus superiores, así tu espíritu será liberado de los vanos pensamientos y la oración te será amada.

Piensa que el Señor te ve constantemente; no ofendas; no critiques a tu prójimo; no lo aflijas con la expresión de tu rostro; entonces el Santo Espíritu te amará y te socorrerá en todo.

Hay hombres que desean las penas y los tormentos del fuego eterno para sus enemigos y los enemigos de la Iglesia. Al pensar así, no conocen el Amor de Dios. Quien tiene el Amor y la Humildad de Cristo llora y ruega por todo el mundo.

¡Señor, de la misma forma que Tú has rogado por tus enemigos, enséñanos por tu Santo Espíritu a amarlos y rogar por ellos con lágrimas! ¡Sin embargo, esto es difícil para nosotros, pecadores, si tu gracia no está con nosotros!

¡Oh Humildad de Cristo! ¡Tú das un gozo indescriptible al alma! Tengo sed de ti, porque en ti el alma olvida a la tierra y tiende siempre más ardientemente hacia Dios.

San Silouan el Athonita

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