«El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre» (Santa Clara)
En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: «Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina».
Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.
–Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
–¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
–Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.
Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253.
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