«Aclamemos al Señor, en esta fiesta de san Benito… Glorioso te apareciste en la presencia del Señor, por eso el Señor te cubrió de hermosura».
Escucha, hijo, los preceptos de un maestro, e inclina el oído de tu corazón; acoge de buen grado la advertencia de un padre solícito, y cúmplela verdaderamente […] Mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas cosas a la luz de la vida, ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien. Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio al Señor. Y, al organizarla, no esperamos disponer nada que sea duro o gravoso. Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, no abandones enseguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. (…)
Levantémonos, pues, finalmente con el estímulo y las palabras de la Escritura: «Ya es hora de despertarnos del sueño», y con los ojos abiertos a la luz divina, escuchemos atónitos la voz divina que diariamente nos advierte a gritos diciendo: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Y otra vez: «Quien tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». ¿Y qué dice? «Venid, hijos, escuchadme; os instruiré en el temor de Dios». «Corred mientras tenéis luz, para que no os envuelvan las tinieblas de la muerte».
San Benito
Regla, Prólogo
0 comments on “Escucha, hijo”