Deseaba Santa Matilde saber cuál era el mejor medio para testimoniar su tierna devoción a la Madre de Dios. Un día arrebatada en éxtasis, vio a la Santísima Virgen que llevaba sobre el pecho la salutación angélica en letras de oro y le dijo:

«Hija mía, nadie puede honrarme con saludo más agradable que el que me ofreció la Santísima Trinidad. Por él me elevó a la dignidad de Madre de Dios. La palabra Ave —que es el nombre de Eva—† me hizo saber que Dios en su omnipotencia me había preservado de toda mancha de pecado y de las calamidades a que estuvo sometida la primera mujer»

«El nombre de María —que significa Señora de la luz— indica que Dios me colmó de sabiduría y luz, como astros brillantes, para iluminar los cielos y la tierra».

«Las palabras “llena de gracia” me recuerdan que el Espíritu Santo me colmó de tantas gracias, que puedo comunicarlas con abundancia a quienes las piden por mediación mía»

«Diciendo “el Señor está contigo”, siento renovarse la inefable alegría que experimenté cuando el Verbo eterno se encarnó en mi seno».

«Cuando me dice “bendita tú eres entre todas las mujeres”, tributo alabanzas a la misericordia divina que se dignó elevarme a tan alto grado de felicidad».

«Ante las palabras “bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”, todo el cielo se alegra conmigo al ver a Jesús, mi Hijo, adorado y glorificado por haber salvado al hombre».

San Luis María Grignion de Montfort
El secreto admirable del Santísimo Rosario, Décimosexta Rosa.

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