La palabra posee un doble sentido. Por una parte significa desamparo, aislamiento; por otra, confianza, distensión, comunión. Para Sartre, el sentimiento de abandono es la angustia que invade al hombre ante un desconocido hostil o indiferente; para un cristiano, la fe llena de confianza ante un desconocido que nos acoge con benevolencia. «Me siento abandonado por un Dios que no existe», señala el existencialismo. A lo que un cristiano responde: «Yo me abandono a un Dios que se oculta».
En el fondo, estos dos sentimientos se reclaman el uno al otro; porque para poder abandonarse plenamente a Dios, de algún modo es necesario sentirse abandonado por Dios. El desamparo y la ofrenda son el flujo y el reflujo de la misma ola. Cristo en la cruz sufrió estos dos abandonos con la máxima intensidad. «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el fluir de la desesperación que anega al alma, seguido del reflujo de la fe perfecta y de la esperanza suprema: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…».
Gustave Thibon
Una mirada ciega ante la luz, La luz invisible.
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