«Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo» (Jn 21,17)
No hay mejor medio para estar unido a Jesús que cumplir su voluntad, y ésta no consiste en ninguna otra cosa que en hacer el bien al prójimo… «Pedro —pregunta el Señor—, ¿me amas? Apacienta mis corderos» (Jn 21,15), y, con la triple pregunta que le dirige, Cristo manifiesta de manera clara que apacentar los corderos es la prueba del amor. Y eso es algo que no se dice sólo a los sacerdotes, sino a cada uno de nosotros, por pequeño que sea el rebaño que le ha sido confiado. De hecho, aunque sea pequeño, no debe ser descuidado, puesto que «mi Padre —dice el Señor— se complace en ellos» (Lc 12,32).
Cada uno de nosotros tiene una oveja. Tengamos buen cuidado y llevémosla a los pastos convenientes. El hombre, apenas se levante de la cama, no debe buscar otra cosa, tanto con la palabra como con las obras, que hacer que su casa y su familia sean cada vez más piadosas. Vive de verdad sólo quien vive para los otros. En cambio, el que vive sólo para sí mismo desprecia a los otros y no se preocupa de ellos; es un ser inútil, no es un hombre, no pertenece a la raza humana […]. Quien busca el interés del prójimo no perjudica a nadie, tiene compasión de todos y ayuda según sus propias posibilidades; no comete fraudes, ni se apropia de lo que pertenece a los otros; no da falso testimonio, se abstiene del vicio, abraza la virtud, reza por sus enemigos, hace el bien a quien le hace mal, no injuria a nadie y tampoco maldice cuando le maldicen de mil formas diferentes […]; si buscamos nuestro interés, el de los otros irá por delante del nuestro.
San Juan Crisóstomo
Comentario al evangelio de Mateo, 77,6
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