Si me preguntas dónde puedes encontrar la obediencia, cuál es la causa que te la quita y cuál el signo de que la tienes o no, te responderé que la encuentras de una manera consumada en el dulce y amoroso Verbo unigénito mi Hijo. Estuvo tan dispuesta esta virtud en él que, para cumplirla, corrió a la oprobiosa muerte de cruz. ¿Quién te la puede quitar? Considera al primer hombre y verás cuál es la causa que le quitó la obediencia: la soberbia engendrada por el amor propio.
La señal para saber si tienes o no esta virtud es la paciencia. No hay ningún hombre que pueda llegar a la vida eterna si no es obediente. Obligado por mi infinita bondad, puesto que veía que el hombre, a quien yo tanto amaba, no podía volver a mí, que soy su fin, tomé las llaves de la obediencia y las puse en las manos del dulce y amoroso Verbo, y él, como portero, abrió esta puerta del cielo.
Cuando volvió a mí, os dejó esta dulce llave de la obediencia. ¿Cuál fue la razón de la grandísima obediencia de este Verbo? La razón fue el amor que consagró a mi honor y a vuestra salvación. El amor no está nunca solo, sino que acompaña a todas las virtudes. Por eso, su madre, que es la caridad, le ha dado por hermana a la obediencia la virtud de la paciencia. Esta virtud tiene una nodriza que la alimenta; a saber, la verdadera humildad, por lo que el alma es tan obediente como humilde, y tan humilde como obediente.
Catalina de Siena
Dialogo della divina Provvidenza
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