¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
¡Oh divina vida!, nunca matas si no es para dar vida, así como nunca llagas si no es para sanar. Llagásteme para sanarme, ¡oh divina mano!, y mataste en mí lo que me tenía muerta sin la vida de Dios, en que ahora me veo vivir. Y esto hiciste tú con la liberalidad de tu general gracia para conmigo en el toque con que me tocaste del resplandor de tu gloria y figura de tu sustancia (Hb 1,3), que es tu Unigénito Hijo; en el cual, siendo él tu Sabiduría, tocas fuertemente desde un fin hasta otro fin (Sab 7,24); y este Unigénito Hijo tuyo, ¡oh mano misericordiosa del Padre!, es el toque delicado con que me tocaste en la fuerza de tu cauterio y me llagaste.
¡Oh, pues, tú, toque delicado, Verbo Hijo de Dios, que por la delicadez de tu ser divino penetras sutilmente la sustancia de mi alma, y, tocándola toda delicadamente, la absorbes toda a ti en divinos modos de deleites y suavidades nunca oídas en la tierra de Canaán, ni vistas en Temán (Bar 3,22)! ¡Oh, pues, mucho y en grande manera mucho delicado toque del Verbo para mí tanto más cuanto, habiendo trastornado los montes y quebrantado las piedras en el monte Horeb con la sobra de su poder y fuerza que iba adelante, te diste a sentir al profeta en silbo de aire delgado (1Re 19,11-12)! ¡Oh aire delgado!; como eres aire delgado y delicado, di, ¿cómo tocas delgada y delicadamente, siendo tan terrible y poderoso?
¡Oh dichosa y mucho dichosa el alma a quien tocares delgadamente, siendo tan terrible y poderoso! Di esto al mundo, mas no lo quieras decir al mundo, porque no sabe de aire delgado y no te sentirá, porque no te puede recibir ni te puede ver (Jn 14,17); sino aquellos, ¡oh, Dios mío y vida mía!, verán y sentirán tu toque delgado que, enajenándose del mundo, se pusieren en delgado, conviniendo delgado con delgado y así te puedan sentir y gozar; a los cuales tanto más delgadamente tocas cuanto por estar ya adelgazada y pulida y purificada la sustancia de su alma, enajenada de toda criatura y de todo rastro y de todo toque de ella, estás tú escondido morando muy de asiento en ella. Y en eso, los escondes a ellos en el escondrijo de tu rostro, que es el Verbo, de la conturbación de los hombres (Sal 30,21).
San Juan de la Cruz
Llama de Amor Viva, Estrofa 2
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¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
¡Oh divina vida!, nunca matas si no es para dar vida, así como nunca llagas si no es para sanar. Llagásteme para sanarme, ¡oh divina mano!, y mataste en mí lo que me tenía muerta sin la vida de Dios, en que ahora me veo vivir. Y esto hiciste tú con la liberalidad de tu general gracia para conmigo en el toque con que me tocaste del resplandor de tu gloria y figura de tu sustancia (Hb 1,3), que es tu Unigénito Hijo; en el cual, siendo él tu Sabiduría, tocas fuertemente desde un fin hasta otro fin (Sab 7,24); y este Unigénito Hijo tuyo, ¡oh mano misericordiosa del Padre!, es el toque delicado con que me tocaste en la fuerza de tu cauterio y me llagaste.
¡Oh, pues, tú, toque delicado, Verbo Hijo de Dios, que por la delicadez de tu ser divino penetras sutilmente la sustancia de mi alma, y, tocándola toda delicadamente, la absorbes toda a ti en divinos modos de deleites y suavidades nunca oídas en la tierra de Canaán, ni vistas en Temán (Bar 3,22)! ¡Oh, pues, mucho y en grande manera mucho delicado toque del Verbo para mí tanto más cuanto, habiendo trastornado los montes y quebrantado las piedras en el monte Horeb con la sobra de su poder y fuerza que iba adelante, te diste a sentir al profeta en silbo de aire delgado (1Re 19,11-12)! ¡Oh aire delgado!; como eres aire delgado y delicado, di, ¿cómo tocas delgada y delicadamente, siendo tan terrible y poderoso?
¡Oh dichosa y mucho dichosa el alma a quien tocares delgadamente, siendo tan terrible y poderoso! Di esto al mundo, mas no lo quieras decir al mundo, porque no sabe de aire delgado y no te sentirá, porque no te puede recibir ni te puede ver (Jn 14,17); sino aquellos, ¡oh, Dios mío y vida mía!, verán y sentirán tu toque delgado que, enajenándose del mundo, se pusieren en delgado, conviniendo delgado con delgado y así te puedan sentir y gozar; a los cuales tanto más delgadamente tocas cuanto por estar ya adelgazada y pulida y purificada la sustancia de su alma, enajenada de toda criatura y de todo rastro y de todo toque de ella, estás tú escondido morando muy de asiento en ella. Y en eso, los escondes a ellos en el escondrijo de tu rostro, que es el Verbo, de la conturbación de los hombres (Sal 30,21).
San Juan de la Cruz
Llama de Amor Viva, Estrofa 2
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