El amor es un bien grande, el más importante de los bienes. El noble amor que se tiene a Jesús impulsa a realizar grandes cosas y lleva a desear una perfección cada vez mayor.
El que ama, vuela, corre, exulta, es libre y nada puede detenerlo: da siempre todo y en toda cosa reencuentra al Todo, porque reposa en el único Bien Supremo del que emana y nace todo bien.
A menudo el amor no conoce medida, pero se inflama sobre toda medida; a menudo no siente el peso, no se preocupa de fatigas, querría hacer más de lo que puede, porque piensa que todo le es fácil. Por eso está dispuesto a todo.
El amor vela; si está cansado, no pierde su afán. Como llama viva, como antorcha ardiente se lanza a lo alto y actúa seguro. Quien ama profundamente comprende bien este lenguaje.
Señor, abre mi corazón al amor: que yo sea presa del Amor, alzado sobre mí mismo por exceso de fervor y de estupor. Que yo cante el himno del amor; que yo te siga, mi Amado, cada vez más alto, y mi alma se consuma en alabarte, exultando de santo amor.
Tomás de Kempis
Imitación de Cristo, III, V, 3-6
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