Toda la liturgia del tiempo de Adviento está centrada en la «espera vigilante» con la que cada uno, por medio de un auténtico espíritu de oración, humilde y confiada, se prepara a recibir la venida del Señor Jesús.
La actitud con la cual toda la humanidad, y de modo particular todos los cristianos, deberían predisponerse a recibir al «dueño de casa» es «la espera vigilante».
San Basilio dice al respecto: «¿Qué es lo propio del cristiano? Vigilar cada día y cada hora, y estar pronto para cumplir perfectamente lo que es agradable a Dios, sabiendo que a la hora en que no pensamos llegará el Señor» (Basilio di Cesarea, Regole Morali, LXXX 22,869). Por lo tanto, la espera del hombre no es pasiva, estéril o «muerta», sino vida, activa y participativa. El hombre participa así, de modo particular, a la venida misma del Señor: «El testimonio de Cristo se ha confirmado en vosotros» (1Cor. 1, 6).
Por este motivo no sólo espera, sino que llama a Dios: «Tú, Señor, eres nuestro padre». El hombre, reconociendo que pecó al no haber invocado a Dios como Padre, y que por ello ha merecido que le escondiera su propio rostro, pide que regrese «por amor de sus servidores», y se coloca en una situación de completo abandono en las manos de su Señor, porque «nosotros somos el barro, Tú, nuestro alfarero y todos nosotros la obra de tus manos» (cfr. Is, 64, 6-7).
De aquí que no podamos más que agradecer a Dios: «hemos sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia» (1Cor. 1, 5), para que seamos encontrados «irreprensibles en el día del Señor».
Todo esto nos empuja a estar vigilantes, porque no conocemos «el momento preciso» en que Él regresará a casa. La «casa» puede ser tomada como imagen de la comunidad cristiana, que se preparara a acoger, de manera vigilante, por medio de una vida en oración y por las obras, a «su dueño»; pero es también el hogar espiritual de cada uno, que debe ser edificado cada día.
Cada uno debe cuidar y llevar a cabo lo que Dios le ha confiado, vigilando para no encontrarse sin preparación cuando venga el Señor. El tiempo de Adviento nos llama a reforzar el espíritu de oración, tratando de combatir la negligencia y la debilidad que lleva a ceder frente al pecado.
El Beato John Henry Newman escribe en su diario espiritual: «Vigilar: ¿qué quiere decir, por Cristo? Estar vigilantes. […] Vigilar con Cristo es mirar adelante sin olvidar el pasado. Es no olvidar que Él ha sufrido por nosotros; es perdernos en la contemplación atraídos por la grandeza de la redención. Es renovar continuamente en el propio ser la pasión y la agonía de Cristo; es revestirnos con alegría de aquel manto de aflicción con el que Cristo quiso primero vestirse y después dejarlo para irse al cielo. Es despegarse del mundo sensible y vivir en el no sensible. Así Cristo vendrá y lo hará en el modo en que lo dijo que lo hará» (J. H. Newman, Diario spirituale e meditazione, 93).
Que en este fascinante tiempo de Adviento nos acompañe la Santísima Virgen María, Madre de la espera y del silencio. Ella, que más que ninguna otra criatura supo acoger humildemente la voluntad de Dios, permitiendo así la obra de la Redención, sostenga la oración, las obras y la auténtica y permanente renovación del Cuerpo eclesial en la santidad.
Benedicto XVI
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