«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (Lc 6,41).
«¿Cómo dices a tu hermano: Deja que te saque la mota del ojo, si tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano» (Mt 7,3ss). Es decir: Sacúdete de encima el odio. Entonces podrás corregir a aquel que amas. El evangelio dice con razón «hipócrita». Reprender los vicios es propio de los hombres justos y buenos. Cuando lo hacen los malvados usurpan el papel de los buenos. Hacen pensar en los comediantes que esconden su identidad detrás de una máscara…
Cuando estamos obligados a corregir o a reprender, prestemos atención escrupulosa a la siguiente pregunta: ¿No hemos caído nunca en esta falta? ¿Nos hemos curado de ella? Aún si nunca la hubiésemos cometido, acordémonos de que somos humanos y que hubiéramos podido caer en ella. Si, por el contrario, la hemos cometido en el pasado, acordémonos de nuestra fragilidad para que la benevolencia nos guíe en la corrección o la reprensión y no el odio. Independientemente de que el culpable se enmiende o no, —el resultado siempre es incierto—, por lo menos podremos estar seguros de que nuestra mirada sobre él se ha mantenido pura. Pero, si en nuestra introspección descubrimos el mismo defecto que pretendemos reprender en el otro, en lugar de corregirlo, lloremos con el culpable. No le pidamos que nos obedezca, sino invitémosle a que nos acompañe en nuestro esfuerzo de corregirnos.
El Señor en este pasaje nos pone en estado de alerta contra el juicio temerario e injusto. Él quiere que actuemos con un corazón sencillo y que sólo a Dios dirijamos nuestra mirada. Puesto que el verdadero móvil de muchas acciones se nos escapa, sería temerario hacer juicios sobre ellas. Los que más prontamente y de manera temeraria juzgan y censuran a los demás son los que prefieren condenar antes que corregir y conducir al bien, y esto denota orgullo y mezquindad… Un hombre, por ejemplo, peca por cólera, tú le reprendes con odio. La misma distancia hay entre la cólera y el odio que entre la mota y la viga. El odio es una cólera inveterada que, con el tiempo, ha tomado esta gran dimensión y que, justamente, merece el nombre de viga. Puede ocurrirte que te encolerices, deseando corregir, pero el odio no corrige jamás…. Primeramente echa lejos de ti el odio: después podrás corregir al que amas.
San Agustín
Explicación del Sermón de la Montaña, 19
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