«Los que siembran con lágrimas, cosechan con cantos alegres» (Salmo 126,5)
«Las lágrimas son la sangre del alma» (San Agustín)
«El corazón se purifica con lágrimas y suspiros. Un suspiro con dolor del alma es igual a dos baldes de lágrimas. Lloremos nuestros pecados, esperando siempre el amor y la clemencia divina. Sumerjamos el alma en fuentes de lágrimas. No reduzcan la oración solamente a palabras. Conviertan su vida en una permanente oración a Dios» (San Paisios)
«María, cuando se inclinaba para llorar en el sepulcro, se le apareció inmediatamente el Señor, y su dolor se trocó en alegría. Así es el alma, si ama las lágrimas» (Martín, Obispo de Dumio. Sentencias de los Padres Egipcios)
«Las lágrimas son a menudo más fuertes que Dios, si se puede decir, y verdaderamente le fuerzan: porque el Misericordioso se deja encadenar con alegría por las lágrimas, por las lágrimas del espíritu de los pequeños (cf 2Co 7,10)… Lloremos pues de corazón, a la manera de los Ninivitas, que gracias a su contricción, abrieron el cielo y fueron vistos por el Libertador, que recibió su arrepentimiento» (San Romano el Melódico)
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