«No hay más que una sola y misma luz divina: la del Tabor, la contemplada por las almas purificadas desde ahora, la de la parusía y los bienes futuros» (San Gregorio Palamas)
«Debemos apresurarnos a ir hacia allí —así me atrevo a decirlo— como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales.
Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, ¡qué bien se está aquí!
Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: «¡Qué bien se está aquí!» donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: «Hoy ha sido la salvación de esta casa», donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras».
Anastasio Sinaíta
Sermón en el día de la Transfiguración del Señor, Núms. 6-10
«Todos los sentidos de mi mente y alma estaban adheridos a esta única innarable alegría de altísima luz. Pero cuando la inconmensurable luz, que me apareció, poco a poco disminuyo y al final se tornó invisible, volví en mi y conocí que maravillas de repente obró en mi la fuerza de esta luz… Luz esta, cuando aparece, alegra y cuando desaparece deja una herida y dolor en el corazón» (San Simeón el Nuevo Teólogo, Palabra 86).
Te transfiguraste en el Monte, oh Cristo Dios,
revelando a los discípulos tu Gloria según pudieran soportarla.
¡Que tu eterna luz resplandezca sobre nosotros, pecadores!
Por la intercesión de la Madre de Dios, oh Dador de Luz, ¡gloria a Ti!
Tropario de la Transfiguración
Tono 7
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