«Jesús se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6, 15)
La elevación del alma en la oración está en razón directa de la pureza en que ha vivido antes de ella. Paulatinamente y a medida que avanza por los caminos de la purificación, se aparta de la vista y recuerdo de las cosas terrenas y sensibles.
Únicamente pueden contemplar su divinidad con ojos muy puros los que, elevándose por encima de todas las obras y pensamientos bajos y terrenos, se retiran y suben con Él a esta montaña elevada de la soledad. En ella Jesucristo aparta a las almas del tumulto de las pasiones y las separa de la turbación de los vicios. Y así, sublimadas con la eminencia de las virtudes, les revela la gloria y el esplendor de su rostro. Es que tienen los ojos del corazón bastante puros para contemplarlo.
Jesucristo mismo ha querido confirmarnos esto con su ejemplo y trazarnos en su persona el modelo de una perfecta pureza. Siendo Él hontanar de toda santidad, no tenía necesidad, como nosotros, de retiro y soledad para alcanzarla. Además, siendo la misma pureza, no podía contaminarse con el roce de las muchedumbres ni con el consorcio de los hombres. Al contrario, cuando le place, su contacto y su presencia santifica y aquilata cuanto hay de impuro en los hombres. Y sin embargo de ello, se retira «a la montaña completamente solo para orar».
Quiso enseñarnos con esta actitud que cuando queremos ofrecer a Dios las oraciones perfectas y las puras afecciones de nuestro corazón, debemos separarnos como Él de la confusión y bullicio del mundo. Merced a ello, aun estando en una carne mortal, podremos conformarnos de algún modo con esta soberana beatitud que se promete a los santos en la otra vida, y, según la palabra de San Pablo, considerar a «Dios todo en todas las cosas».
Entonces veremos el pleno cumplimiento de la oración que nuestro Señor dirigió a su Padre por sus discípulos: «Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y ellos en nosotros». Y también: «Que todos sean una misma cosa, como Tú, Padre, en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros uno». La perfecta dilección por la cual «Dios nos amó el primero», llenará nuestro corazón por la virtud de esta plegaria.
Juan Casiano
Conferencias sobre la oración, X, VI, VIII.
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