El efecto de la unión con Dios y de la vuelta de las potencias del alma a la unidad es, pues, la simplificación de la voluntad y del espíritu y —por eso mismo— su perfección; porque en el orden inmaterial «simple» quiere decir «perfecto».
La vida espiritual propiamente dicha sigue el mismo proceso y se consuma en el mismo punto. Las «devociones» en que se dispersan más o menos las potencias del alma al iniciarse una vida de oración, van tomando luego un sentido único. Las «prácticas» se juntan en un solo acto, aceptado más que realizado, y de inmenso valor, pues es de origen divino. Este acto consiste en permitir que Dios penetre en nosotros. Puede llamársele indistintamente caridad, fe, confianza, adoración, propiciación, acción de gracias. Todas estas palabras parecen, en este caso, volverse sinónimas, y sus conceptos parecen fusionarse como substancias en ignición en el crisol del corazón deslumbrado, en que arde el perdurable Amor.
Dios es la simplicidad misma, y el alma que a Él se aproxima deberá recordar las palabras: «In simplicitate cordis quaerite Illum». «Buscadlo en la sencillez de vuestro corazón» (Sabiduría I, 1)
Pieter van der Meer de Walcheren
El Paraíso Blanco
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