Tenía setenta y cinco años
y la primera palabra que Dios le dirigió
fue: «Sal».
Pienso en Abraham
cuando las circunstancias
sueltan mis dedos
de la ilusión, a la que me aferro,
de controlar mi vida.
«Sal», dijo Dios a Abraham,
sin indicarle una dirección
ni revelarle un destino.
Llevando una familia vacilante,
confiando en que Dios le mostraría el camino,
Abraham salió.
En ese viaje irracional
a él también, le soltaron los dedos,
oyó reír a Sara y aprendió
que la bendición llega
al salir
y al dejar marchar.
Bonnie Thurston
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