Celina querida, hagamos de nuestro corazón un pequeño sagrario donde Jesús pueda refugiarse. Así, él se verá consolado y olvidará lo que nosotras no podemos olvidar: «la ingratitud de las almas que lo abandonan en un sagrario desierto…»
«Ábreme, hermana mía, esposa mía, que tengo la cabeza cubierta de rocío y mis rizos del relente de la noche» (Cantar de los Cantares). Eso es lo que Jesús nos dice al alma cuando se encuentra abandonado y olvidado. ¡El olvido, Celina! Creo que es lo que más pena le produce…
Santa Teresa de Lisieux
Carta 108, A Celina
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