El ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos y, a causa de la repetición indefinida de ese movimiento centrifugo, nos priva de la sintonía con esos ritmos profundos que hacen de nuestra existencia algo parecido a un cántico.
Se trata de salvar nuestro silencio interior y todas las voces secretas que no se pueden oír más que en el silencio: la voz de la conciencia, la voz de la sabiduría y, en el centro más íntimo, la voz de Dios.
Negándonos oir lo que no merece ser escuchado, encontraremos la llave de la armonía con nosotros mismos, con el prójimo y con Dios y nos evitaremos el triste destino de reaccionar como una tecla desafinada en el gran concierto de la creación.
Gustave Thibon
Foto: The Soloist – Dolomites, Italy
© Piotr Skrzypiec
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