«Si quieres, puedes sanarme» (Mc 1, 40)
¡Oh Señor mío, como sois vos el amigo verdadero, y cómo poderoso, cuando queréis podéis, nunca dejáis de querer si os quieren! Alaben os todas las cosas, Señor del mundo. ¡Oh quién diese voces por él, para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan, vos Señor de todas ellas nunca faltáis.
Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama. ¡Oh Señor mío, qué delicada, y pulida, y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Oh quien nunca se hubiera detenido en amar a nadie, sino a vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se entienda el mayor extremo de vuestro amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento, y letras, y nuevas palabras, para encarecer vuestras obras, como lo entiende mi alma! Fáltame todo, Señor mío, mas si vos no me desamparáis, no os faltaré yo a vos.
Levántense contra mí todos los letrados, persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis vos Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien en solo vos confía. Pues estando en esta tan gran fatiga (aun entonces no había comenzado a tener ninguna visión) solas estas palabras bastaban para quitármela, y quietarme del todo: «No tengas miedo, hija, que Yo soy, y no te desampararé, no temas».
Santa Teresa de Jesús
Vida, Capítulo XXV, 9-10
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