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Sufrir amando

Para que un hijo pueda amar a su madre, es preciso que esta llore con él, comparta sus sufrimientos; para atraerme a ti, Madre amada, ¡cuántas lágrimas has derramado! No me es difícil creerme hija tuya, porque te veo mortal y sufriente como yo (…).

En Egipto, María, imagino que tu corazón permanece gozoso en la pobreza: Jesús es la más hermosa de las patrias. Pero en Jerusalén una tristeza amarga, vasta como un océano, te inunda el corazón: durante tres días Jesús se esconde a tu afecto (…). Al fin lo ves y exultas de alegría, y exclamas: «Hijo mío, ¿por qué te has comportado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Y el niño Dios responde (¡profundo misterio!) a la madre amada que le tiende los brazos: «¿Por qué me buscabais? Es necesario que yo me ocupe en las obras de mi Padre; ¿no lo sabéis?

El evangelio me enseña que Jesús, creciendo en sabiduría, permanece sumiso a María y a José. Y el corazón me dice con qué ternura obedece siempre a sus queridos padres. Ahora comprendo el misterio del templo, Madre: tu dulce Hijo quiere que tú seas ejemplo para el alma que lo busca en la noche de la fe. Sí, sufrir amando es la alegría más pura.

Santa Teresa del Niño Jesús
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