A lo largo de toda la Biblia resuena esta palabra, que figura entre las más breves y simples del lenguaje humano, pero entre las más queridas para Dios. Esta expresa el misterio de la obediencia a Dios: Abrahán dijo: «Aquí estoy» (Gn 22,1); Moisés dijo: «Aquí estoy» (Ex 3,4); Samuel dijo: «Aquí estoy» (1 Sm 3,1ss); Isaías dijo: «Aquí estoy» (Is 6,8); María dijo: «Aquí estoy» (Lc 1,38); Jesús dijo: «Aquí estoy» (Heb 10,9). Nos parece asistir a una especie de convocatoria en la cual los llamados responden uno a uno: «¡Presente!». Estos hombres han respondido de verdad a la «llamada» de Dios.
La Biblia privilegia tanto esta palabra que la pone en boca también de criaturas inanimadas: Los llama (los astros) él y dicen: «Aquí estamos, y brillan alegres para su Hacedor» (Bar 3,35). Pero entre los muchos «aquí estoy» de la Biblia falta uno, y esta ausencia ha marcado para siempre el destino del hombre. Cuando Dios llamó a Adán después del pecado, quizá para perdonarle, Adán, en lugar de responder: «Aquí estoy», fue a esconderse (cf. Gn 3,10).
Ahora nos corresponde a nosotros. Toda la vida, día tras día, se puede vivir bajo la enseña: «Aquí estoy; vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad». Por la mañana, al comenzar una nueva jornada, y después, al acudir a una cita, a un encuentro, al comenzar un nuevo trabajo: «Aquí estoy; vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad». Nosotros no sabemos qué nos reservará ese día, ese encuentro, ese trabajo; sólo sabemos una cosa con certeza: que en ellos queremos hacer la voluntad de Dios. Nosotros no sabemos lo que nos reserva a cada uno el futuro, pero es bello encaminarnos hacia él con estas palabras en los labios: «Aquí estoy; vengo, oh, Dios para hacer tu voluntad».
Raniero Cantalamessa
La obediencia
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