La vida de Dios contada por la vida de un hombre, Jesús. El espíritu se revela en la carne; la eternidad, por una historia de hombre; la divinidad, por la humanidad. Todo lo que Jesús dijo es simplemente verdad, porque su cuerpo brilla. Su cuerpo es la verdad, es el reino. Reino de luz y de ternura, porque su cuerpo es luz y ternura. Reino de belleza y de gracia, porque su cuerpo es belleza y gracia. Reino como levadura escondida y secreta, porque tal así la luz que fermenta, sepultada en cada uno.
«He comprendido», dice Heidewick de Amberes († 1260), «que en esto consiste el orgullo del amor: en no poder amar la divinidad de Cristo si no es amando su humanidad: amar la humanidad de Cristo redescubriendo todo fragmento, todo estremecimiento de humanidad en el Evangelio».
Buscando todas las moléculas de la humanidad de Jesús, todos los estremecimientos de su ser humano que afloran en el Evangelio: su relación con los niños, con las mujeres, con los amigos, con el sol y con el viento, con los pájaros y las flores, con los amigos y las amigas, con el pan, con el vino, con la luz. Y a continuacion, su manera de tener miedo y de tenervalor. Y cómo lloraba y cómo gritaba. Y su came niña y su carne cubierta de Ilagas. Y cómo le gustaba el perfume, y su estremecimiento por las caricias de los cabellos empapados de nardo de la mujer pecadora y amiga. Y su rostro revestido de sol en el Tabor. Era hasta tal punto tan estupendamente hombre que los discípulos dijeron: un hombre así no puede ser más que Dios. Su vida es una vida bella, lograda, plena. Y no sabemos qué hacer con un elemento divino que no haga florecer lo humano.
Porque no es rebajando al hombre como ensalzamos a Dios. No es verdad que menos humanidad equivale a más divinidad. Es verdad exactamente lo contrario. Si no buscas vida, nunca encontrarás a Dios. Y viceversa: solo quien busca a Dios encontrará también la plenitud de la vida.
La vida se mueve por una pasión y no por coerciones, por actos de voluntad. Y la pasión nace de la belleza. La pasión por Dios nace del hecho de haber descubierto la belleza de Cristo: pastor de la úItima oveja, abrazado al hijo pródigo, que perdona a los que le crucifican, pobre al que solo le queda aquel poco de madera y de hierro que basta para morir. Morir de amor. Abrir el libro de came, consumar aquellas páginas, escuchar aquella voz, aquellos silencios, aquellos ojos.
Dios no nos seduce por su omnipotencia, eternidad u omnisciencia, sino con el rostro de Jesús, con su modo único de amar, encontrar, curar, alegrar y consolar la vida. Esta belleza hace nacer a los cristianos como buscadores de oro.
E. M. Ronchi,
Il Volto di Cristo sulla cattedra del Tabor
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