Pável Florenski

Sólo él permanece

Esta mañana me levanté temprano y advertí algo nuevo; en el espacio de una noche ha terminado el verano, el viento arranca y arrastra serpenteando las hojas doradas, los pájaros se recogen en bandadas, las grullas vuelan en filas anchísimas, se han instalado entre nosotros los cuervos y las cornejas, el aire está invadido por el fresco perfume otoñal de las frondas marchitas, arrastradas por la angustia.

Todo gira, todo se desliza hacia el abismo de la muerte. Sólo él permanece, sólo en él se encuentra la inmutabilidad, la vida y el reposo: «Hacia él tiende todo el curso de los acontecimientos; en él, como las periferias hacia el centro, convergen todos los radios del tiempo». Fuera de este único Centro, la única certeza es que nada hay de cierto y que nada hay más miserable y más soberbio que el hombre. Sí, todo se agita en la vida, todo vacila, pero desde lo hondo del alma se eleva la necesidad ineluctable de apoyarse en la «columna y fundamento de la verdad», y no simplemente de una verdad particular, humana, menuda, que se retuerce y después vuela lejos, como polvo empujado hacia los montes por el soplo del viento, sino de la verdad íntegra y eterna en los siglos, una y divina.

Ahora bien, ¿cómo nos acercaremos a esta «columna»? Todo el fragmento evangélico de Mt 11,27-30 tiene un significado especialmente cognoscitivo. Este significado aparece tanto más claro si notamos que el objeto de todo el capítulo es el problema del conocimiento, de la insuficiencia de todo conocimiento racionalista y de la necesidad de un conocimiento espiritual. Sí, Dios «ha escondido» todo lo que puede considerarse como digno de ser conocido «a los doctos y a los sabios» y «se lo ha revelado a los pequeños». La veraz sabiduría humana, la veraz racionalidad humana, son insuficientes precisamente por ser humanas. Mientras que la falta de esa riqueza absolutamente intelectual que impide entrar en el Reino de los Cielos puede ser la condición para adquirir la sabiduría espiritual. La plenitud de todo está en Jesucristo, y, por eso, sólo es posible obtener la sabiduría por él y en él. Todos los esfuerzos humanos tormentosamente realizados por los pobres sabios para alcanzar el conocimiento son vanos. Como camellos torpes se han cargado con sus conocimientos y, como agua salobre, la ciencia sólo puede hacer más intensa la sed del saber sin calmarla nunca. En cambio, el «yugo suave» del Señor y su «carga ligera» dan al intelecto lo que no da (ni puede dar) el peso cruel, gravoso y molesto de la ciencia. Esta es la razón por la que continúan resonando, como fuente perenne de agua viva, las palabras divinas: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y cansados…» (Mt 11,22-30)

Pavel Florenski
La colonna e il fondamento della veritá

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