«La fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho más preciosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo» (1Pe 1, 7).
«Jesucristo, prueba en la fe a los que ama, los purifica como el oro en el crisol, los perfecciona en el amor y la esperanza, pero enseña acerca de la necesidad del recogimiento, de la oración a solas, de la intimidad con él, del cultivo del silencio santo. Porque de todo esto se nutre el alma para cruzar tormentas en la vida. De una amistad llevada en oración con el que nos ama, y quiere estar con nosotros, y quiere que el Padre lo honre por servir a su Enviado (…).
Porque creer, ejercer la fe, en las bonanzas de la vida, no resulta exigente ni tan meritorio, como creer en medio de las tempestades, las fatigas, los incordios, las durezas, los insomnios, y las penas. Es entonces cuando el mérito es mayor, y hasta heroico el brillo de la fe» (P. Gustavo Seivane).
«Os doy gracias, ¡Dios mío!, por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Os contemplaré con gozo el último día, cuando llevéis el cetro de la cruz. Y ya que os habéis dignado hacerme participar de esta preciosa cruz, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado las sagradas llagas de vuestra Pasión…» (Santa Teresa de Lisieux, Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso».
«Los probó como oro en crisol» (Sab 3, 6)
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