La hora es trágica, sin duda, pero la tragedia despierta nuestra dignidad más alta, la de un desgarro de abajo arriba, que interpela al Cielo, y la de una caridad sobrenatural, fuerte como la muerte. Pienso en todas las últimas réplicas de la Electra de Jean Giraudoux. Una mujer pide justo en mitad de la catástrofe : «¿Cómo se llama esto, cuando la luz surge, como hoy, y todo está destrozado, todo está saqueado, y sin embargo se respira el aire, y cuando se ha perdido todo, y la ciudad arde, los inocentes se matan unos a otros, pero los culpables agonizan tranquilos, en un rincón a la luz que va surgiendo?». Y un mendigo responde a la mujer: «Eso tiene un nombre bellísimo, mujer Narsés. Se llama Aurora».

La noche de nuestros tiempos llama a otra aurora. La destrucción de las esperanzas mundanas es ocasión de atravesar la desesperanza y de abrirse más a fondo a la esperanza teologal. No se trata de una huída hacia una trascendencia que desprecia la tierra, como pasa en el fundamentalista. Se trata de la misión de iluminar la tierra, no partiendo de un porvenir utópico, sino partiendo del Eterno.

Fabrice Hadjadj

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