Las pocas ocasiones que pude estar con la Madre Teresa después de la cena para poder hablar con paz y tranquilidad, se dedicaban, en parte, a tratar cuestiones de orden práctico y organizativo. Pero una vez despachados esos asuntos, todos queríamos escucharla. La conversación siempre discurría por derroteros espirituales. (…)
Sorprendió a muchos que le preguntaban en tono crítico por la credibilidad de la Iglesia y pensaban que iban a encontrar en ella una aliada para una revolución desde dentro. Respondía a aquellos interrogantes como respondió a un periodista que, con aparente preocupación, le preguntó:
—Madre Teresa, ¿qué está fallando en la Iglesia actualmente?
Respondió sobre la marcha:
—¡Usted y yo!
Desde su punto de vista, lo que requería una continua reforma era el corazón de cada persona.
En una ocasión un periodista intentó provocarla:
—Madre Teresa, usted tiene setenta años. Cuando se muera, el mundo seguirá igual que antes de que usted naciera. Después de todo el esfuerzo que ha hecho usted, ¿qué ha cambiado en el mundo?
Sin el más mínimo gesto de contrariedad y con una cautivadora sonrisa, contestó:
—Verá, yo nunca he querido cambiar el mundo. Yo solo he procurado ser una gota de agua pura en la que el amor de Dios pueda reflejarse. ¿Le parece poco?
Como sucedía con frecuencia, se hizo el silencio en la sala. Nadie se atrevía a decir nada. La Madre Teresa se dirigió de nuevo al periodista y dijo:
—¿Por qué no intenta usted también ser una gota de agua pura? Así ya seríamos dos. ¿Está usted casado?
—Sí, Madre Teresa.
—Háblele también a su mujer de esto y ya seremos tres. ¿Tiene usted hijos?
—Sí, tres hijos, Madre Teresa.
—Pues hable también con sus hijos y ya seremos seis.
En cualquier caso, la pregunta es buena: ¿vale la pena el esfuerzo que las Misioneras de la Caridad hacen día tras día, si no es posible erradicar la miseria? La Madre Teresa le dio una excelente respuesta a esta pregunta al arzobispo Angelo Comastri (…). Le dijo:
—Sí, es verdad. Lo que hacemos es solo una gota en medio del océano. Pero sin nuestro trabajo el océano sería una gota más pobre.
Leo Maasburg
La Madre Teresa de Calcuta: Un retrato personal
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